En La Laguna y en el resto del país, estudiar ciencias sociales rara vez es popular. He oído por años: ¿para qué sirve la sociología?, ¿qué hacen lxs antropólogxs, ¿dónde trabajan lxs sociólogxs?
Responder biográficamente es válido, pero el asunto central no es mi historia: es la pertinencia social de estas disciplinas en un tiempo marcado por capitalismo, patriarcado y racismo, sistemas que destruyen vidas y territorios.
Frente al genocidio, feminicidios, trata, desapariciones, escasez de agua y hambre, una ciencia social contemplativa resulta insuficiente.
No basta describir; hay que implicarse. Investigar no como lujo cultural, sino como práctica situada que visibiliza, denuncia y se coloca del lado de quienes resisten.
Sobre todo, una ciencia capaz de reconocer y fortalecer acciones colectivas en marcha: redes de cuidado, búsquedas, cooperativas, pedagogías comunitarias y defensas del territorio.
Esta posición exige producir conocimiento contra lo dado. Lo “realista” suele ser el nombre elegante de la resignación.
Con vocación crítica, las ciencias sociales muestran que lo que “es” puede ser de otra manera y acompañan procesos de quienes ya lo hacen, a menudo lejos de las salidas prometidas por Estado y mercado.
¿Y la objetividad? No es neutralidad fría ni deshumanizada.
Es rigor con conciencia de lugar: reconocer que quienes investigamos tenemos valores, afectos, responsabilidades. Ese reconocimiento no cancela el método; lo afina.
Objetividad como devenir situado: contrastar, triangular, dialogar, devolver resultados, abrir archivos y escuchar a lxs otrxs.
Apostemos por una ciencia social implicada, ética y útil: capaz de producir diagnósticos sólidos y, a la vez, claves prácticas para transformar.
No para hablar por las personas, sino para pensar con ellas, cuidando la palabra y el vínculo.
Esa es, para mí, la pertinencia hoy: conocimiento que acompaña, incomoda y abre futuro.
¡Hasta encontrarles a todxs!