¿Se han fijado cómo la mayoría de las comedias cinematográficas de — al menos la última década - vienen cargadas de oscuridad? Parásitos, Deadpool, hasta Barbie, cuyo mejor chiste ocurre cuando toma conciencia de su propia mortalidad… y colapsa por ello. Y en televisión ni se diga: South Park, Los Simpson, The Boys. Todas nacen de la sátira más brutal y del inevitable escarnio a lo que nos hemos convertido como sociedad. No digo que no haya habido otras comedias. Pero nada, nada se ha sentido como aquellas joyas de finales de los 80 y principios de los 90: ¿Y dónde está el piloto?, ¿Y dónde está el policía?… Obras donde el humor físico se llevaba al extremo, todos actuaban con una seriedad desbordante y uno tenía que estar muy atento porque los chistes saltaban hasta de los créditos.
Así que este sábado — después de revivir la cinta original de 1988 en Paramount+ — nos lanzamos al cine con los recuerdos bien frescos y las expectativas peligrosamente altas, a ver qué habían hecho con el legado de The Naked Gun. Ahora, con Liam Neeson en lugar de Leslie Nielsen (lo cual ya da risa solo por cómo sus nombres suenan tan parecido), la experiencia resultó gratificante. Como fiel miembro de la generación X, extrañaba esa sensación de reírme a carcajadas, sin culpa ni cinismo, con un montón de desconocidos en una sala oscura.
Esta reinvención honra el ADN de la original: hace reír por los motivos más deliciosamente sonsos. Está repleta de referencias y guiños que solo los fans de la vieja escuela vamos a pescar. Y sí, salí del cine con la sensación reconfortante de que alguien peleó por hacer una comedia con presupuesto, sin esconderse detrás de lo políticamente correcto, ni escarbar en nuestra depresión colectiva, sino simplemente… hacer reír.
Parecía otra misión imposible, pero el detective Frank Drebin Jr. y todos los involucrados lo lograron. A lo grande.