Salíamos del cine y, aunque mi cabeza seguía ocupada por la maravillosa salvajada que acababa de ver (Weapons), la vida no tardó en recordarme que cuando Taylor Swift quiere que sepamos algo, lo consigue. Y me encantó.
Estoy en Nueva York y pude ver cómo en Times Square —ese lugar al que todos los monstruos de las películas llegan para destruir el mundo— también sigue siendo el epicentro del hype.
Swifties reunidas, la mirada fija en las pantallas gigantes de Broadway y la calle 43, donde apareció a la hora exacta que ella insinuó en redes, un QR con una playlist de Spotify que, según sus fans, esconde más pistas, entrelazadas con canciones de sus 11 álbumes previos.
Fue fortuito estar aquí, pero igual al mirar mi teléfono ninguna red social hablaba de otra cosa: el clip del pódcast de Travis y Jason Kelce —novio y cuñado de Swift— publicado a las 12:12 del 12, donde revelaba título y colores de su próxima producción: The Life of a Showgirl.
Confieso que me hice fan tarde de Taylor. Primero, por admirar cómo maneja su carrera y su vida sin pedir permiso y compartiendo su poder. Luego, por escuchar con cuidado sus canciones y descubrir que sabe contar historias.
La critican por usar notas obvias del pop o country, pero nunca podrían replicar el fenómeno completo.
Y ver a fans reunidos celebrando algo en común, en estos tiempos en que pareciera que casi todo es virtual, me hace celebrar más que nunca lo que ella logra cuando decide reaparecer.