Hunter Thompson se disparó un domingo, el despiadado periodista gonzo que transcribió Adiós a las Armas para estudiar el estilo de Hemingway, alcóholico, arrogante, adicto, violento, admirador de los grandes autos americanos, tal vez el mejor cronista americano del siglo XX, ese hombre salvaje ya no tiene espacio en este siglo, su espíritu es demasiado “agresivo” para la generación que se desmorona porque no llegó su pedido de ropa por internet, antes de un predecible “insulto”, no, no soy boomer, ni X, soy de su generación y no estoy en sus filas. El silencio: ese vacío que se estrella en las paredes. Somos gonzos en la noche, la ciudad es un ruido de fondo, este tiempo no se parece a ningún tiempo, voy en un taxi con Benito Salazar por la calle de Carlos J. Meneses que se convierte en Sor Juana al atravesar Insurgentes Norte, estamos en Santa María la Ribera. Buscamos cerveza tras varios tarros en un restaurante en el que nos hicieron firmar una responsiva por el covid-19. La mesera nos contó que les pagaron el sueldo mínimo sin propinas, cientos fueron despedidos o los enviaron a “descansar” para siempre, llevaba cubrebocas, careta de plástico transparente, guantes, no se acercó demasiado, como si nos temiera retrocedía poco a poco mientras pedíamos comida y cervezas, en algún momento entendí que nosotros también teníamos miedo cuando hablaba, el contacto humano ha cambiado, salimos de ahí, casi vacío, solo cinco clientes. El taxi nos lleva a no sé donde, ¿adónde podemos ir? Todo cerrado, tenemos miedo, queremos cerveza, le decimos al conductor que no se detenga, que maneje hasta encontrar un sitio, queremos beber como en los viejos tiempos, el sentimiento de volver a un momento pasado es más fuerte que la prudencia de volver a casa a encerrarnos y aguardar ahí la espesa muerte del que ya no se comunica con nadie.
Damos vuelta, llegamos al Eje de Guerrero, de la nada una esquina, un sitio que nunca había visto, un bar de mala muerte medio clandestino, pedimos al conductor que se detenga e inicia nuestro descenso. No sé si es 1999 o 2020, aquí el tiempo se ha detenido en las piernas con cicatrices de una adicta a la piedra y los ojos ansiosos del heroinómano. Las personas acompañadas platican, otros esperan personas que no llegarán. Se llama Magda, corto y ajustado vestido rosa pastel, tacones de aguja negros, después de varios tragos nos invita a su hotel a pasarla bien, por 200 pesos “les entrego mi noche”, nos quiere venadear, sus chulos están afuera, huímos en un taxi que Beni sale a pedir desde la puerta trasera del bar, vamos al Centro, ¿quién es Benito Salazar? experto en música y cultura popular, fiero cronista obsesionado con La socia, Guadalupe Reyes Salazar, vivía en la famosa vecindad tepiteña: la Casa Blanca, la primera sonidera, Benito me contó que el movimiento sonidero nació lidereado por ella, él ha documentado exhaustivamente la historia de los sonideros en México, me prometió una entrevista, será pronto.
* Escritora. Autora de la novela Señorita Vodka (Tusquets)
@AGutierrezCanet