El evento ocurrido en días pasados en una escuela de Torreón, Coahuila, en donde un niño de 11 años disparó con un arma de fuego a sus compañeros y maestra, prendió los focos en la atención nacional.
Que si la causa fue la desintegración familiar, que si un padre ausente, que si el fácil acceso armas, que si fue debido a un videojuego, que si fue un tema de salud mental… que si se debe aplicar el operativo mochila, que si el operativo mochila debe iniciar desde en casa por parte de los padres… y en general, este ha sido el tono del debate en medios de comunicación, mesas de café, espacios escolares y familiares.
La discusión nacional tiene origen debido a un evento extraordinario que ocurrió en lo que debería ser considerado como un espacio seguro, cometido por un niño.
Pero… ¿y qué hay de los menores que cometen el mismo tipo de agresiones o que son víctimas de las mismas en espacios no escolares?
Hace algunos años, el sistema de Telesecundaria hizo un estudio sobre cuáles eran los programas de televisión abierta de mayor interés para los adolescentes. Las respuestas se enfocaron en programas norteamericanos de tipo policial y de investigación; el joven se encontraba ante personajes fuertes, inteligentes, atractivos, vencedores y con un nivel de poder.
Las narrativas moldean conductas, que no es lo mismo que afirmar que un programa de televisión genera conductas violentas. En este contexto, el niño o joven que ve en este tipo de programas un sentido aspiracional, buscará el camino para seguirlo, dentro o fuera de la ley.
Y eso me lleva al siguiente punto: la abrumante realidad numérica de los homicidios en México y las vías para reclutar integrantes cada vez más jóvenes por parte de las organizaciones delictivas, hacen innegable que a diario tengamos en las calles a agresores como el estudiante de Torreón, resultado de desintegración familiar, con acceso a armas y viviendo una narrativa distorsionada, quienes son autores de un número de homicidios preocupantemente más alto que de Colegio de Coahuila en días pasados.
De igual forma, son agresores que probablemente también acabarán muertos, pero en condiciones totalmente distintas: asesinados por grupos contrarios o abatidos por la autoridad; en el mejor de los casos, en la cárcel.
Difícilmente serán velados en una funeraria, rodeados de familiares dolidos, amigos y un aire de compasión, en donde la gran mayoría se estarán preguntando qué hicieron mal para que ello ocurriera.
Muchos de ellos estarán esperando a que pasen los días para que acudan sus familiares a reconocerlos, otros más no serán ni siquiera reclamados.
Hay que preocuparse por casos como el del Colegio de Torreón, pero también hay que preocuparse y ocuparse en el ámbito de responsabilidad personal y profesional, aún más por los casos similares que a diario ocurren en México, que se vuelven tan cotidianos que dejan de tener la atención mediática y se convierten en víctimas o victimarios cuya identidad queda en el olvido.
Dos datos: el mayor rango de homicidas sentenciados en México se encuentran entre los 18 a los 25 años, mientras que a diario en promedio, 3.6 niños y adolescentes son asesinados.
A la par de la cultura de la legalidad, la procuración de justicia y la seguridad ciudadana, uno de los principales retos es que esos adolescentes en ser y parecer alguien hábil con las armas, sagaz y valiente, encuentre en la oferta institucional una opción de vida: ser policía, militar o un agente de bien que trabaje por la paz y la justicia.