El amarillo, el verde, el rojo, el grande, el chapo, el muñeco, la barbie, el viceroy, el buchannans, el ojos, el barbas, el indio, el elegante, el jabalí, el tucán, el charro, el cherry, la chona, la reina, la señora, el profe, el arqui, el minilic o el cuatro culos…
¿Cuál es la utilidad y la implicación de los apodos en el ámbito delincuencial?
Alias como los antes mencionados, tendrían como un primer objetivo, ocultar la verdadera identidad de un criminal, pero a la vez, dar publicidad a sus “proezas” o acciones para hacerlo visible al interior de su grupo delictivo o bien, para buscar intimidar a rivales, autoridades y ciudadanía.
Algunos delincuentes nacen con el sobrenombre puesto, por una característica física o por su personalidad, mientras otros se los ganan por un hecho en específico (basta recordar el apodo del pozolero, cuya “tarea” era disolver cuerpos humanos en ácido).
A decir de algunos miembros del mundo literario o periodístico, y con total razón, no hay una buena historia sin un buen mote: Daniel “N” no tiene el mismo atractivo que “El Mochaorejas”.
Se trata de algún tipo de fascinación que, como cultura, hemos desarrollado por los apodos delincuenciales, probablemente con origen en los años veintes, época en la que por sus “hazañas” en el robo de bancos o residencias, los delincuentes eran vistos como intrépidos, elegantes, sagaces y de alguna forma, inofensivos.
¿Qué delincuente actual no quisiera ser como El Padrino o El Señor de los Cielos? Sin importar si tuvieron un triste fin, en su imaginario queda una figura mítica y legendaria a la que quisieran parecerse.
Los apodos en la vida real y el corrido diario, de alguna forma u otra, han contribuido a glorificar el delito en la historia de la humanidad. Sin embargo, hoy ya no hablamos de Robin Hood, sino del (poco elegante) delincuente que extorsiona y mata para obtener ganancias económicas que le permitan satisfacer sus (a veces extravagantes) gustos.
Una cartulina junto a una persona asesinada, un video en redes sociales y ¡pum! tenemos al siguiente “jefe de plaza”, al “nuevo patrón”, al que hay que obedecer y temer.