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Defender a la Policía

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  • Sophia Huett

Hablar en estos tiempos de defender a la Policía, como institución, puede parecer políticamente incorrecto y materia para ser linchado en redes o en medios. Pareciera que es más rentable sumarse a las voces que piden la desaparición de las instituciones policiales o que al menos expresan su desprecio a las mismas.

El 1 de junio pasado se dio a conocer el hallazgo de los cuerpos de siete policías estatales desaparecidos algunos días antes, cuando daban acompañamiento a un grupo de empresarios mineros. Se informó que tenían hasta 12 años de antigüedad y recientemente aprobados en evaluaciones de control y confianza.

Ese mismo día los medios también dieron cuenta de que fue encontrado el cuerpo de una diputada de Colima en una fosa común.

Dos casos que reflejan la violencia actual en México, pero también del trato que reciben unos y otros, aún en las mismas y lamentables circunstancias.

Las condolencias y los mensajes por el caso de las diputadas fueron vastas. Sobre la muerte de los policías difícilmente alguien se pronunció: una muerte llorada por familiares y amigos, pero no lamentada por la sociedad.

Luego vino el movimiento legítimo, razonable y necesario ante una mala actuación policial que terminó con la vida de una persona en Minnesota, Estados Unidos de América.

El caso, que no es aislado, es reflejo delo que pasa o podría pasar con mayor o menor frecuencia en gran parte de las instituciones policiales del mundo.

Y México no es la excepción. La difusión del caso de Giovanni López, detenido por un grupo de policías municipales en Jalisco y luego entregado muerto a su familia, traslada la protesta legítima por el abuso policial a México.

¿Qué pasa con la Policía?

En mi experiencia personal, el policía lleva dentro al mismo racista, corrupto o violento que lleva en sí la abogada, el contador, el maestro o incluso la influencer fitness a la que no le gustan los filtros que hacen ver más oscuro el tono de su piel.

Sus errores son reflejo de una cultura, así como del juego político que en México hemos vivido en torno a las instituciones policiales, a las que cada tres o seis años se les pone “reset” para reinventarlas con ocurrencias, lo que trunca la profesionalización, la supervisión y capacitación de sus integrantes.

No nos confundamos. La Policía por sí misma, es impoluta e incluso sagrada. Son quienes la administran y la integran, quienes se equivocan.

La Policía es salvadora de la ciudadanía, no injustificada inquisidora. Su presencia es reconfortante y nunca angustiante para el ciudadano de bien.

No confundamos a la Institución creada para salvaguardar las libertades ciudadanas, sus bienes e integridad, con quienes juegan constantemente y sin responsabilidad a la administración de la seguridad.

Minneapolis decidió disolver a su Policía y crear “otro cuerpo de seguridad”. Esta decisión tiene efectos mediáticos y sin duda momentáneos, pues el riesgo de que ocurra otro evento como el que les puso en la mira internacional, está presente en cualquier institución encargada de hacer cumplir la ley, especialmente cuando no haya una capacitación y supervisión adecuada.

Estoy totalmente de acuerdo: queremos a las y los mejore policías, los más eficientes sensibles e incorruptibles.

¿Dónde los encontraremos? ¿Quién se atreverá?

Me uno a la protesta a través de estas líneas en contra del abuso policial, el racismo, la violencia y la corrupción.

Pero también me uno a la protesta en contra del maltrato y abuso que comete el Estado hacia la Policía, mediante malos sueldos, poca capacitación y un mal reclutamiento que permite que criminales se uniformen, así como a la impunidad que provoca la muerte de buenos policías.

Después de la Policía no queda nada. No hay quien. No es tiempo de despreciarla, sino de cuidarla.

Porque ser policía, también duele.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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