“Procuren a como dé lugar, involucrarse intensamente en la política, pero no vivir en la política”. La frase de Diego Fernández de Cevallos no es solo un consejo para los jóvenes, es una condición para mejorar nuestra democracia.
Hoy que la política se ha convertido para muchos en oficio de tiempo completo y para otros en negocio vitalicio, la advertencia resuena con fuerza: hay que estar en la política, pero no depender de ella. ¿Por qué? Porque cuando la política deja de ser un compromiso y se vuelve medio de subsistencia, se convierte en trampa.
Fernández de Cevallos lo explica con claridad: no todo el que vive de la política es un delincuente. Existen trayectorias honestas, decentes, dentro de partidos o cargos públicos. Pero vivir exclusivamente de ella tiene un riesgo inevitable: condicionar decisiones al beneficio personal o familiar. Cuando el ingreso o el estatus dependen del cargo, la tentación de ceder principios para conservarlo se multiplica.
Por eso, la verdadera libertad política nace de la autonomía. De poder decir que no. De no temer quedar fuera del presupuesto público. Solo así se vota con dignidad, se habla con honestidad y se representa con valentía.
Involucrarse intensamente significa alzar la voz, promover causas, construir comunidad. Dentro o fuera de los partidos, desde trincheras sociales, el reto es contribuir sin entregarse por completo a la lógica del poder.
Una cosa es servir al Estado, como lo hacen tantos servidores públicos profesionales; otra, muy distinta, es callar o hacer lo que sea por no tener otra salida.
Los países sanos no se construyen con políticos sin alternativa, sino con ciudadanos que pueden entrar y salir del espacio público sin quedar atrapados en él. Esa es la diferencia entre vocación y dependencia.
Hay ciudades y estados —muchos marcados por la violencia y la falta de desarrollo— donde las voces más influyentes dependen del erario, donde el presupuesto lo es todo. Ahí, muchas veces, se justifica todo, se aplaude al poderoso y se calla la verdad.
Esos silencios acaban definiendo mucho del lugar donde vivimos. Si algo tengo claro es que hacemos mucho por el futuro si enseñamos a los que vienen a participar en la vida pública, pero sin depender de ella. Porque la ciudadanía se ejerce con libertad, no con subordinación.