La reciente visita de Claudia Sheinbaum a Jalisco dejó clara una realidad importante para su administración: nuestro estado es donde cuenta con menos respaldo. Según la encuesta más reciente de Mitofsky, la presidenta tiene un 63% de aprobación a nivel nacional, pero en Jalisco esta cifra baja a un número reprobatorio del 46%.
Esto no es algo sorpresivo. Jalisco tiene una identidad marcada por sus tradiciones y su inclinación hacia posiciones más conservadoras, algo que se reflejó en las últimas elecciones estatales. La ciudadanía eligió a Pablo Lemus como gobernador, un perfil que conecta con ese sentir, tanto por su cercanía al sector empresarial como por su imagen más tradicional, incluso portando una cruz en el cuello durante toda su campaña.
Pero más allá de las diferencias ideológicas, hay otro factor que ha influido en esta baja aceptación. La relación entre Jalisco y el gobierno federal ha sido complicada, especialmente por la percepción de un trato desigual. Pablo Lemus, y en su momento, el ex gobernador Enrique Alfaro, han señalado que el estado aporta mucho a la federación pero recibe poco a cambio, un sentimiento que ha permeado entre los jaliscienses y que ha debilitado la cercanía con la mandataria federal.
Para Sheinbaum recuperar terreno en Jalisco no será sencillo. En un estado que valora tanto su independencia como su historia, cualquier esfuerzo por mejorar esta relación deberá ir más allá de visitas ocasionales y palabras de unidad y conciliación. Se necesitan acciones concretas que demuestren que Jalisco ocupa un lugar relevante en los planes nacionales.
Por ahora, los datos muestran que en Jalisco la presidenta enfrenta un ambiente más complicado que en otras regiones. Atender esta situación será clave si busca fortalecer al partido que la hizo llegar a la presidencia de la república.
