En medio de una realidad donde el crimen organizado ha extendido sus tentáculos en prácticamente todos los rincones del país, es indispensable voltear la mirada hacia aquellas trincheras que desde hace décadas trabajan en silencio: las asociaciones civiles con modelo de prevención del delito. Su labor, muchas veces ignorada por las autoridades, ha sido un auténtico muro de contención frente al avance de la delincuencia.
Un ejemplo palpable es Rescate Juvenil, agrupación que desde hace 49 años ha entregado tiempo, disciplina y valores a miles de jóvenes mexicanos. Su decálogo, particularmente el cuarto punto, combate de raíz la drogadicción, la pornografía y otros vicios que degradan a la juventud. Pero lo más trascendente es que lo hacen desde una perspectiva altruista, sin esperar retribución económica, solo con la convicción de formar mejores ciudadanos.
La fórmula parece sencilla, pero en realidad es profunda: deporte como eje central, civismo como herramienta formativa y amor a México como principio fundamental. Todo esto dentro de un marco de disciplina que les permite no solo ocupar el tiempo libre de los jóvenes, sino darles un horizonte distinto al que ofrece el crimen organizado.
Lo interesante es que, a través de un sistema de rangos parecido al militar, los adolescentes encuentran un incentivo positivo. Sus logros académicos y su conducta responsable les permiten “ascender” dentro de la organización, generando orgullo, pertenencia y sentido de propósito. Una combinación que difícilmente encuentran en un entorno social marcado por la violencia y la falta de oportunidades.
No se trata de un esfuerzo aislado. Existen otras agrupaciones como Amigos del Ejército y la Vanguardia Militarizada de México, que también impulsan actividades de prevención, disciplina y valores en la juventud. Sin embargo, la constante es la misma: poca o nula atención de parte de los gobiernos municipales y estatal, que prefieren invertir en campañas mediáticas antes que respaldar modelos que han demostrado eficacia real.
Y es ahí donde surge la gran paradoja. Mientras se gastan millones en espectaculares o anuncios televisivos que advierten los riesgos de las drogas, asociaciones civiles llevan medio siglo trabajando con un presupuesto mínimo, pero con resultados tangibles: jóvenes que no solo se mantienen alejados de las adicciones, sino que además crecen con un fuerte compromiso cívico.
El dilema es claro: o se sigue apostando por campañas publicitarias de corto alcance, o se fortalece a estas organizaciones que, con disciplina y valores, arrebatan a los jóvenes de las manos del crimen. Apostar por lo segundo significaría un verdadero cambio de estrategia en materia de prevención del delito.
En un país donde la violencia parece no tener freno, es urgente reconocer que la batalla contra el narco no se gana únicamente con policías y militares, sino también en las canchas deportivas, en los actos cívicos y en los espacios donde se inculca el amor a la patria. Ahí, las asociaciones civiles llevan ventaja, aunque pocos se atrevan a reconocerlo.