Lo de siempre: exigencias a los jugadores, enorme presión sobre los hombros del director técnico, cuestionamientos en lo que toca a la alineación, interrogantes sobre la participación de los “europeos” etcétera, etcétera y, al final, expectativas no cumplidas, dudas, denuestos, descalificaciones y alguna que otra opinión no demasiado severa por ahí.
Ah, y los rivales. En estos recientes encuentros no fueron esos que acostumbra apalabrar doña Federación –equipitos a modo pero, eso sí, teniendo los ingresos en taquilla bien asegurados gracias a la ejemplar benevolencia de los mexicanos afincados en el territorio libre y soberano de los Estados Unidos, movidos a los estadios por la nostalgia del terruño— sino dos asiáticos de cierta jerarquía, Japón y Corea (del Sur, para que nadie se confunda) porque, miren ustedes, son partidos de “preparación” para la gran cita mundialista.
Eso de prepararnos en las fechas FIFA mientras los otros se juegan el pellejo en inclementes eliminatorias es un arma de dos filos –con todo y la muy agradecible ventaja de no tener que enfrentar al temible Surinam y otros aspirantes regionales que puedan aspirar a convertirse en “gigantes de la CONCACAF”— porque, qué caray, no dejan de ser encuentros vagamente “amistosos” los que juega nuestra Suprema Selección Nacional de Patabola para acondicionar sus estrategias.
El partido contra Japón fue un poquitín miserable –un tirito a gol nada más, en el cuentagotas azteca, durante los soporíferos 90 minutos del partido (en verdad que es noble y resignada esa afición estadounimexicana afincada en el vecino país)— y hubo un poco más de acción en el segundo encuentro, frente a los surcoreanos, en la cancha del GEODIS Park de la muy musical Nashville.
Las críticas no se han hecho esperar, con todo y el salvador gol de último minuto de Santiago Giménez (o, más bien, precisamente por ello, porque de no haber sido por esa providencial intervención, una genialidad, México hubiera sufrido una muy poco honrosa derrota). Se dice que le falta poder ofensivo al equipo, que tampoco defiende bien, que carece de un sistema definido de juego, que esto y que lo otro…
O sea, lo mismo que se ha estado señalando en los últimos tiempos, la machacona cantilena habitual. Yendo más atrás, a este escribidor le quedó impresa en la memoria la actuación del Tri en el Mundial 2006, un verdadero partidazo bajo la batuta del gran Ricardo La Volpe. No ganó, sin embargo.
Las nostalgias y los recuerdos no sirven de gran cosa pero hay un elemento clave en todo esto, más allá de las ilusiones de la afición: el equipo nacional es lo que es y el gran problema que enfrenta es justamente ése, dejar de ser lo que siempre ha sido, a saber, una selección de gama media que nunca, jamás de los jamases, ha podido plantarle cara a los colosos del balompié mundial en las ocasiones en las que verdaderamente importa, o sea, no en algún amistoso ocasional o en una fase de grupos sino a la hora de la verdad.
No es un estigma ni un deslustre para la patria, ni mucho menos. Pero, eso sí, cada vez que juega se agita el gallinero.