Cultura

No entender el mundo

Un alumno de mi Taller de escritura creativa me dijo, pantalla mediante, y no sin humor, que él siempre había querido vivir un momento histórico, pero no así... Reímos un poco no sin un dejo de dulce amargor. Le dije, a él y al resto del grupo, que en unos meses, años, veríamos hacia atrás y recordaríamos estos días extraños; que el covid–19 estaría controlado, pues habría una vacuna que deberemos aplicarnos cada año, como la de la influenza —si es que el Evangelista del Palacio Imperial y Primer Beisbolista de la Nación no la considera innecesaria por tratarse de “ciencia neoliberal”.

Esta era pasará como una de las más oscuras de la historia, y no solo por la dantesca pandemia que nos atacó por sorpresa —pese a las advertencias: “Siempre es posible que algún organismo parásito hasta entonces desconocido escape de su habitual nicho ecológico y exponga a las densas poblaciones humanas que han llegado a ser una característica tan llamativa de la Tierra a alguna nueva y tal vez devastadora mortalidad”, escribió en 1976 el historiador William H. McNeill en Plagas y pueblos (en español: Siglo XXI, 2016)

No es el fin del capitalismo, como pregonan “Los falsos profetas de la pospandemia” —título del ensayo de Silvio Waisbord publicado en la revista argentina Anfibia a propósito de la mal sazonada Sopa de Wuhan. En este libro, el ineludible Zizek afirma que “el virus matará al capitalismo” mediante “la técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” —véase Kill Bill—, a lo que Waisbord refuta que “no explica cómo ocurriría tamaño proceso, si se viene un socialismo global o acotado a algunos países, o si vivimos en la antesala de un socialismo leninista, lacaniano o ligeramente caviar. Pareciera que Zizek se regodea en que sus especulaciones salvajes atraigan atención, y que le aburre elaborar argumentos sistemáticos y estratégicos sobre el gran momento de quiebre capitalista”.

La pervivencia casi universal de las fantasías socialistas o de izquierda se explica en parte por la miseria, la desigualdad, la corrupción y los graves desastres y daños infligidos al ambiente. No importan, faltaba más, los graves desastres y daños infligidos al ambiente ni la corrupción ni la desigualdad ni la miseria causada por los sistemas socialistas, de la implotada Unión Soviética al feroz capitalismo de Estado chino —ni los millones de muertos ni la pérdida de libertades ni el fracaso de la economía planificada.

¿Puede ese espejismo explicar del todo la llegada al poder de un político que se asume de izquierda? “¿Cómo podemos llamar a este modelo? Llamarlo ‘economía moral’ es poco serio. (...) El rescate de Pemex responde a un modelo estatista; el acuerdo del TMEC, a uno neoliberal; el empleo intensivo de mano de obra, a uno keynesiano, y el del reparto de efectivo sin intermediarios, a un modelo libertario”, escribe Fernando García Ramírez (“¿Ya cambió la realidad?”, El Financiero, 29 de julio de 2019). Este ideario, en su mayor parte de extracción nacionalista revolucionario, estuvo siempre presente en el discurso del vulgar arrendatario del Palacio Imperial. Lo que sedujo a millones de votantes pauperizados y con escasa escolaridad fue un discurso más bien cristiano y mesiánico, pero ¿qué fue lo que atrapó a miles de académicos, intelectuales, escritores y periodistas? Profesionales todos ellos de la observación y la interpretación de la realidad, críticos y dueños de afiladas herramientas teórico–conceptuales, pagados para pensar, hay que decirlo; todos con licenciaturas, maestrías y hasta doctorados en universidades públicas y privadas y del extranjero —no de La Habana ni de Pyongyang o Kinshasa, por cierto—, y muchos de ellos miembros del Sistema Nacional de Investigadores. Con numerosas y honrosas excepciones, ¿cómo los convenció un político de ideas anacrónicas que todo el tiempo ha ofrecido pruebas más que suficientes de obcecación y conservadurismo? ¿Leyeron sus libros, los discutieron? La ominosa verdad es que hicieron una pésima lectura de la realidad.

Algunos ya han expresado su arrepentimiento y retirado su apoyo a una acelerada y nociva regresión —“Primero vinieron...”—, sobre todo para los millones de pobres a los que siempre alude en sus parsimoniosas peroratas. Otros han sido incapaces de reconocer tan desventurada falla de juicio crítico y guardan un silencio cómplice ante la debacle que ya se avizora en todo el país. Ufanos, los narcotraficantes son los únicos que pueden pasear tranquilamente por sus campos y serranías.

La corrupción es la misma, está en el gabinete —enloquecido, disfuncional. Las mujeres siguen siendo asesinadas por el hecho de serlo. Las fosas clandestinas rebosan de muertos. La pandemia dejará un saldo de horror, miseria y desolación.

¿Seguirán siendo fieles a esa izquierda etérea nuestros prestigiados académicos? Bien, podrían hacer caso de la advertencia de Daniel Innerarity: “Si la izquierda no se renueva en este plano [el papel de las ideas en política] seguirá sufriendo el peor de los males para quien pretende intervenir en la configuración del mundo: no saber de qué va, no entenderlo y limitarse a agitar o bien el desprecio por los enemigos o bien la buena conciencia sobre la superioridad de los propios valores” (“Ideas para la izquierda”, El País, 28 de junio de 2009). “La textura de la vida cotidiana ya ha cambiado. En todas partes existe un sentimiento de fragilidad”, dice el filósofo inglés John Gray. Es tiempo de pensar y de salir con ideas frescas de este encierro.

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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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