Crecí en una ciudad donde decir socialismo era invocar al demonio, y en un país donde mentar capitalismo era traición a la patria. El uso cargado y candente de esas trincheras semánticas, diseñadas no para entendernos sino para dividirnos, nunca ha sido tan inútil y peligroso como hoy.
En los países civilizados y libres los ciudadanos se dan hasta con la cubeta discutiendo cuál será el mejor régimen fiscal, qué modelo educativo les gusta o sus posturas ante la migración y la seguridad social. Un país con presidencia liberal puede tener un legislativo conservador o todo lo contrario, u oscilar entre izquierdas y derechas al paso de una u otra elección; para eso votan, y si no les acaba gustando pues a la siguiente votan diferente y ya.
El problema es que México no es un país del todo civilizado, libre ni democrático, y en nuestra suave patria decir derecha o izquierda no equivale a una determinada concepción de Estado con sus consiguientes políticas públicas, sino a ubicarse entre los acrisolados o los corruptos; izquierda y derecha se han vuelto, pues, elogios o insultos. Podríamos decir que cada quién hace de sus adjetivos un rehilete, pero el diablo se esconde en los detalles, literalmente, en los tiempos que corren: ¿qué tienen en común los orgullosos derechistas Bolsonaro y Trump con los autoproclamados izquierdistas López Obrador, Ortega y Maduro? Que todos buscan subvertir el sufragio, la democracia y el estado de Derecho. Y que, para lograrlo, usan a la ideología como ariete: Trump azuza a sus hordas diciéndoles que “los comunistas” les van a quitar el sacrosanto derecho a portar armas, entre otras sinrazones, mientras que López atiza a sus solovinos con la cantaleta de los malvados “conservadores de derecha”. No, no es mera frivolidad: el Presidente cuyo autoritarismo, toxicidad, corrupción e ineptitud han estado a la vista de todos a lo largo y ancho de su vida pública, llegó al poder gracias a quienes se sintieron tan moralmente superiores como para nunca darle su voto a un candidato que no fuera “de izquierda”. Gracias a ese razonamiento —o ausencia de— hoy tenemos un gobierno que recorta con motosierra los programas sociales, la educación y la salud, además de militarizar a las fuerzas públicas, conducirse en la peor opacidad y dinamitar todos los contrapesos institucionales, comenzando por nuestro ejemplar instituto electoral. Pero es “de izquierda”.
Hoy al norte del Bravo se votan no pocas gubernaturas, escaños legislativos y secretarías de los estados que, en la Unión Americana, son las que organizan los sufragios. El discurso, para mi desesperanza, ha girado mayoritariamente sobre si los azules no saben garantizar la seguridad ciudadana o si los rojos van a eliminar libertades cívicas, cuando en realidad se está jugando la continuación de la democracia contra la instauración del fascismo. En México no nos quedamos atrás; en ambos casos es como ver a los dinosaurios votando por el meteorito sin poder hacer mucho para evitarlo.
Con una salvedad: lo que se pudre en México se queda en México, pero si se pudre Estados Unidos, se pudre el mundo.
Roberta Garza
@robertayque