El funesto suceso ocurrido en Culiacán: lamentable por las víctimas mortales y reprochables por el deterioro del Estado, ha agudizado la polarización social.
Es incuestionable que en ese lance el gobierno fue derrotado y los efectos del fracaso son impredecibles.
Sin embargo, deberíamos aceptar que nada remedian la procacidad y los chistes banales que proliferan en las redes y corrillos.
Lo ocurrido debería de unirnos, fuera de filias y fobias partidistas, en un ejercicio de reflexión colectiva acerca del modo más eficaz para la pacificación del país.
Podríamos empezar aceptando que estamos en una guerra civil no declarada oficialmente y hacer un diagnóstico partiendo de las siguientes preguntas:
¿Por qué Estados Unidos que es el mayor consumidor y beneficiario de la venta de armamento a delincuentes y gobiernos, impuso la prohibición y la guerra al tráfico de drogas?
¿Qué causa mayores daños: el consumo de drogas, o la prohibición y la persecución policiaca y militar?
¿Cuáles son los resultados en los países que toleran o han legalizado el uso de drogas?
¿A qué grado la delincuencia organizada ha subyugado a las autoridades?
¿Existen narco gobiernos?
¿Hasta dónde llega la aceptación social de narcotraficantes y delincuentes en general?
¿Cuánto depende la economía de las ganancias que produce el narcotráfico?
¿Es posible, como quiere el Presidente, que el gobierno gane esta guerra sin usar la fuerza pública?
Para contestar deberíamos recapacitar y debatir esos temas con objetividad y con las personas y en los lugares adecuados.
Las respuestas que surjan de la experiencia y el conocimiento podrían generar una corriente de pensamiento y acción con la fuerza suficiente para influir en las decisiones gubernamentales.
Es necesario que como sociedad tengamos un pensamiento crítico para encontrar un camino razonable y materialmente posible hacia la paz.