Los sofistas de la Grecia antigua establecieron que la finalidad de la retórica era el poder político.
Eso marcó el inicio y desarrollo de la demagogia del pasado y del populismo actual, caracterizados por la construcción de realidades subjetivas y esperanzas populares difíciles de mantener.
Nada mejor para esta exposición que recurrir a la gran obra Paideia: los ideales de la cultura griega, de Werner Jaeger.
El autor hace un profundo estudio de la cultura ética y política, y de sus diferentes objetivos en la formación y conducta de los gobernantes y los ciudadanos, contrastando los postulados socráticos con la sofística.
Dice que los sofistas eran ante todo pedagogos que cobraban por enseñar gramática, dialéctica y retórica; además de las otras cuatro artes liberales.
Del sofista Gorgias expone que enseñaba retórica, entendida no sólo como el arte de hablar bien para persuadir o conmover, sino como la nueva cultura orientada hacia el Estado y a los políticos que en la democracia la necesitaban para ser oradores y escalar al poder: verdadero objeto de ese arte.
Agrega que la gran ilusión de los políticos que cultivaban la retórica, era hacer a su antojo con sus semejantes.
Aunque la mayoría actuara en regímenes democráticos, su ideal coincidía con el de los tiranos: disponer de un poder omnímodo dentro del Estado.
Jaeger concluye que hasta el más modesto ciudadano lleva dentro algo de esta necesidad de poder y siente en su fuero interno una gran admiración por quien logra alcanzarlo en este grado supremo.
Cabe, pues, reflexionar que la retórica populista puede derivar en dictadura.
Para que eso no ocurra es indispensable la coexistencia de políticos invariablemente democráticos y ciudadanos capaces de aprobar o censurar racionalmente a los gobiernos; ambos respetuosos de las obligaciones y libertades cívicas.