Cada septiembre vuelven los debates entre los que ensalzan las vidas de los héroes y sus detractores.
Por eso, es pertinente preguntarnos ¿por qué las naciones exaltan a algunos hombres y mujeres a la dignidad de semidioses?
La respuesta es que la construcción de la nacionalidad es una condición para la cohesión social y la idiosincrasia; y que esto requiere de mitos fundacionales, de semidioses y héroes.
Roma fundada por Eneas y el rapto de las sabinas; y la gran Tenochtitlan, por los mexicas guiados por Huitzilopochtli.
En la mitología griega los semidioses eran seres engendrados por una divinidad y un ser humano.
Casi todos los grandes héroes fueron semidioses que por sus hazañas eran admitidos en el Olimpo. Roma elevaba a los cesares y a los hombres ilustres a los altares.
Como herederas de esa tradición, las naciones occidentales a partir de las revoluciones inglesa, americana y francesa, construyeron una especie de religión laica para venerar a sus padres fundadores y a sus héroes icónicos.
Son altares cívicos paradigmáticos por su majestuosidad: la cúpula del capitolio de los EUA, que tiene en su interior, pintado al fresco, a Washington elevado a la dignidad de semidiós; en Paris la tumba de Napoleón, en el centro de la iglesia del Domo en Los Inválidos; y en México el Ángel de la Independencia y el hemiciclo a Juárez.
Ninguno de los héroes modernos pretendió vivir en santidad. Son, como todos, hombres y mujeres con virtudes y defectos; sus méritos son los hechos que realizaron en el tiempo y lugar adecuados para marcar un hito histórico.
Cada época tiene iconoclastas ansiosos de destruir las viejas imágenes para exaltar nuevos personajes.
Sin embargo, al pasar el tiempo la historia requiere de los desaparecidos para explicar su desarrollo.