Estamos ante la disyuntiva de votar por la probable continuidad de la presente forma de gobernar; o de optar por la promesa de cambiarla para restablecer el estado de derecho, constitucional y democrático.
Son evidentes las acciones realizadas por el gobierno actual para transformar el orden sociopolítico vigente en un régimen autoritario, acorde a la doctrina marxista del Foro de Sao Paulo o Grupo Puebla.
Para decidir por quién votar deberíamos considerar las diferencias entre la democracia real y la falsificada.
La base de la democracia real es la participación ciudadana en las decisiones de la vida pública.
Se remonta a la antigua Atenas, donde los ciudadanos se reunían a discutir, libremente, los asuntos públicos y la conducta de sus gobernantes.
María Zambrano en su diccionario dice:
“El ideal democrático es que toda sociedad sea pueblo; pueblo como asamblea políticamente decisoria constituida por todos los socios de la comunidad”.
La deliberación es consustancial a la democracia. El pueblo por conducto de sus representantes y directamente en los consejos ciudadanos, antes de tomar una decisión debe deliberar detenidamente los pros y los contras de un asunto.
La gran paradoja es que a través de elecciones libres y legales, grupos antidemocráticos conquisten el poder; y ya en el gobierno falsifiquen la democracia.
La falsificación se hace mediante la preeminencia del presidente sobre los otros poderes, sustituyendo la libre deliberación política por la imposición presidencial a través de su partido, y la anulación de los organismos ciudadanos autónomos.
Se falsifica simulando que los programas asistenciales dependen de los gobernantes en turno; y ocultando que son derechos que se pagan con impuestos.
Así se granjea el beneplácito popular y se construye una mascarada democrática.
El rescate de la democracia dependerá de elegir al presidente y a los congresistas idóneos.