El populismo ha obtenido por la vía democrática triunfos resonantes en América. Con paradigmas sobresalientes de izquierda y derecha.
Sus planteamientos y acciones, independientemente de que sea de derecha o izquierda, polarizan a la ciudadanía de los países que gobierna.
Por eso, es importante indagar sus causas y características; y prevenir, en lo posible, sus efectos más negativos.
Sus causas son el resentimiento y la desesperanza de los más pobres, las carencias de la mayoría; la corrupción gubernamental y su indolencia para satisfacer las necesidades populares; y los abusos laborales y sociales del capitalismo salvaje.
El populismo no tiene una definición, para identificarlo se recurre a la reseña de sus características que, según el libro del juez Baltasar Garzón y Wikipedia, son las siguientes:
“Es una ideología que divide al mundo en el pueblo bueno y la élite malvada y corrupta.
Su eje es un líder carismático cuyos discursos, posturas y reivindicaciones conectan emocionalmente con los ciudadanos comunes; y sus políticas sociales tienen fines electorales.
El líder se ve a sí mismo y actúa como la encarnación de la patria y el pueblo.
Desde ese podio plantea políticas generalmente utópicas o inviables.”
Así, pues, por las causas que generan el populismo sus partidarios ven en él una respuesta a la pobreza, la desigualdad y la injusticia que atribuyen, con razón, al neoliberalismo.
En tanto que los contrarios, por los efectos que ha tenido, entre otros, en Venezuela y Nicaragua, lo temen como un proceso para la abolición de las instituciones y las libertades políticas y civiles: en síntesis, como una senda a la dictadura.
Nuestro Presidente aún tiene tiempo de remediar la polarización, de respetar el Estado de Derecho Democrático y, sin renunciar a los altos ideales de justicia social, gobernar para todos.