En Dream Big, el libro que narra las experiencias y la carrera del empresario suizo- brasileño Jorge Paulo Lemann, aparece un dato que me impresionó muchísimo. Según el autor, el estilo de liderazgo de Lemann, junto con oportunidades que se crearon conforme fue fundando y encabezando diversas organizaciones a lo largo de su trayectoria, resultaron en que más de 200 de sus colaboradores se convirtieron en millonarios.
Lemann, quien controla empresas como AB InBev y Kraft Heinz, entre otras, tiene una fortuna estimada en más de 16 mil millones de dólares. Pero aquí lo interesante es que hay cientos de personas que, a su lado, también lograron construir patrimonios de millones de dólares.
Algo aún más extremo es lo que estamos viendo con el famoso caso de Nvidia. Hace 10 años, su acción valía el equivalente a unos 9 pesos; la semana pasada superó 3 mil 300 pesos. O sea, en una década su valor se multiplicó como 365 veces. Y como la mayoría de sus empleados tenían acciones, ahora son millonarios. Más de 75 por ciento de las personas empleadas por Nvidia tiene paquetes de acciones que valen millones de dólares; más de la mitad tienen ya patrimonios que superan los 25 millones de dólares.
Nvidia tiene 53 mil empleados. Esto es una locura de generación de riqueza. Pero claro, son casos insólitos.
Aun así, se antoja reflexionar sobre México. Justo un amigo me preguntaba esto la semana pasada. Contrario a lo que la mayoría cree, en este país sí hay casos recientes de generación de riqueza —no necesariamente de personas que empezaron de cero, pero sí que arrancaron sin ser millonarios, y gracias a que construyeron empresas exitosas, ahora lo son (o hasta “billonarios”).
Sin embargo, a mi amigo y a mí no se nos ocurrieron casos en los que, fuera del fundador y su círculo inmediato, se haya generado un valor extraordinario para los empleados. Trabajos muy buenos, sí. Oportunidades de crecimiento, sí. Buenos sueldos y estabilidad, también. Pero no necesariamente generación de patrimonios muy grandes.
Claro, son otras circunstancias y otras proporciones: si tu empresa vale 4 trillones de dólares, pues bueno, hay más espacio para que haya empleados que tengan acciones que valen millones.
En el Monterrey de los 90 y de principios del nuevo siglo era bien sabido que ejecutivos y directivos en los grandes grupos empresariales —tipo Alfa, Vitro y sobre todo Cemex— tenían planes de compensación lo suficientemente “generosos” como para vivir muy, muy bien. Quizá estoy idealizando el pasado, pero se antoja pensar que eran años donde la distancia entre la forma de vida de los CEO y sus ejecutivos no era taaan distante (con algunas marcadas excepciones, por supuesto).
Más recientemente, el surgimiento en nuestro país de startups que lograban valuaciones de cientos e incluso de miles de millones de dólares, pareciera que abría la posibilidad de que muchos de sus empleados llegaran a ganar “como dueños”. Estas organizaciones suelen ofrecer acciones a sus equipos y por ello habrá algunos casos en los que, al menos en papel, ciertos empleados se convirtieron en millonarios cuando la empresa alcanzaba una valuación gigantesca. Sin embargo, ante la ausencia de exits, prácticamente no hay casos en los que hayan podido transformar esas acciones en dinero.
¿Llegará el momento en el que podamos hablar del equivalente mexicano de Jorge Paulo Lemann? ¿O ya lo hay, pero no lo hemos identificado?