Me gustó mucho más la versión que vimos de la Selección Mexicana de Futbol contra Corea del Sur, el martes pasado, que la que se registró tres días antes contra el representativo de Japón.
Hay diferencias sustanciales en varios aspectos. La intencionalidad, el encuadre ofensivo y agresivo con la que se salió al terreno de juego en primer lugar. Contra los coreanos, Javier Aguirre puso de laterales a dos jóvenes muy atrevidos y rápidos: por la derecha a Rodrigo Huescas, por la izquierda a Mateo Chávez. Ambos se sumaron mucho más al ataque que lo que lo hicieron Jorge Sánchez y Jesús Gallardo. Y no solo es que los dos primeros son más rápidos, sino que el sistema de Aguirre fue más arriesgado.
El entrenador sabía muy bien que tenía que avanzar en su propuesta de juego y dejar de lado el conservadurismo que le caracteriza, argumentado en un principio de “orden táctico”. Y eso hizo, sin locura alguna, pero sí exigiendo a sus dirigidos ir más al frente. Este movimiento táctico a punto estuvo de echar a perder la noche muy temprano. Los coreanos fallaron dos muy buenas oportunidades de gol en la primera parte. Solo la falta de puntería final de sus delanteros explica que no se hubieran ido por encima en el marcador.
Ese es el punto en el futbol de siempre. Si atacas te expones a que el rival te pueda hacer daño. Pero también solo si vas al frente hay más garantías de que puedas meter goles. Apostar a que el juego o los partidos se resuelvan por una jugada a balón parado es válido y es una estrategia muy usada, pero que al final nada más exhibe tus debilidades. En el futbol profesional, y más en estos altísimos niveles competitivos, gana más el que arriesga y el que muestra más potencial, más talento y músculo.
Un pase de Huescas al centro del área terminó con un estupendo remate de Raúl Jiménez para que México se fuera al frente; luego, Corea metió dos muy buenos goles, y al final con otro golazo de Santi Giménez el partido se igualó. Pero México lo pudo ganar. Y sí, también lo pudo perder.