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¿Sexo vs violencia? / y II

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En la entrega anterior, comentaba que en 1929 se descubrió una nueva especie de grandes simios: los bonobos. Narraba que estos simios, parecidos al chimpancé, poseen una conducta opuesta a éste; tienen una hiper sexualidad en la que todo conflicto no deriva en violencia, sino que se resuelva a través del sexo. Es digno de notarse que la sociedad bonobo es “ginocéntrica”: su matriarcal vida se rige por cualidades propias de las hembras, quienes son destacadas cuidadoras de la vida de su descendencia.

Lo anterior no implica que entre ellas no exista a agresividad, simplemente ésta se maneja de otra manera: para el etólogo Frans de Waal el chimpancé resuelve los asuntos sexuales a través del poder, mientras que el bonobo resuelve la lucha por el poder, a través del sexo. Pero más bien pareciera que ambos resuelven sus luchas por el poder, de diferente manera: el chimpancé lo hace a través de la violencia y la imposición, mientras que el bonobo lo hace a través del sexo y la empatía.

Los rasgos violentos del chimpancé están tan presentes en nosotros como lo está la sexualidad del bonobo: nuestra ascendencia evolutiva nos da la oportunidad de desarrollar la empatía, el amor y el sexo frente al odio, la violencia y la crueldad.

Todo esto bien podría conducir a una ecofeminismo que afirmara la peligrosa tesis de que la mujer por naturaleza tiende al cuidado de los demás pues evolutivamente ha cuidado por milenios de las crías. Afortunadamente de Waal no cae en la trampa de asimilar su propuesta a la criticada “ética del cuidado femenino”, sino que propone el reconocimiento de que ambas facetas son producto de la evolución: así como existen en nosotros aspectos violentos que juzgamos propios de animales, existen aspectos amorosos y empáticos que —he ahí la clave— también son propios de animales y de ellos los heredamos.

No somos, pues, seres con tendencias violentas heredadas de los animales y tendencias empáticas producidas por la humanidad civilizada: todo cuanto somos, evoluciona del mundo animal en el cual existe la violencia y exclusión, pero también el cuidado e inclusión de la diferencia.

Reconocer nuestra herencia evolutiva como empática y amorosa puede conducirnos a un mundo en el que conscientemente seamos capaces de elegir el amor y no el odio; el sexo y no la violencia; el cuidado y no la destrucción; la empatía y no la envidia.

Estamos lejos de ese mundo ideal. El mismo Frans de Waal relata cómo los padres que llevan a sus hijos al zoo, al pasar por la jaula de los bonobos se quedan sin explicación para sus pequeños y los alejan con rapidez, para no presenciar su hiper sexual conducta. Parece ser que es más fácil convivir con la violencia que heredamos genéticamente del chimpancé, a convivir con el sexo libremente consensuado, herencia del bonobo.

Fue famoso el escándalo de una joven cantante norteamericana que concluyó su número musical en el medio tiempo de un partido de futbol mostrando un seno, sin quedar claro si se trató de un fallo en el vestuario o una acción buscada. Los diarios dedicaron fotos y páginas enteras de dicho espectáculo, insistiendo que, entre la audiencia, había niños. Como si un seno fuera algo que un niño no debe ver, como si el cuerpo y el sexo fuera algo malo en sí mismo. Esos mismos diarios mostraban partes humanas destruidas en una masacre sin restricción alguna. Es de locos: el sexo es malo, la violencia… no tanto. Un seno en vida se censura: en la muerte y la violencia, sí se permite ver.

Podemos reconocer en nuestras actitudes cotidianas deseos, sentimientos y emociones que nos unen, como la compasión o el sexo deseado y mutuamente consensuado, en la misma medida en que tenemos tendencias que nos desunen, como la crueldad y la violencia.

Es evidente que las mujeres que pretendemos ser incluidas en un mundo regido por el patriarcado, nos vemos a veces obligadas a imitar actitudes de ese mundo, como la exclusión, violencia y el empleo de la fuerza: el mundo se ha masculinizado. Pero puede feminizarse: el amor y el cuidado no son privativos de las hembras humanas.

De Waal considera que, para ello, es preciso reconocer que nuestra ascendencia evolutiva nos dota de ambas posibilidades: amor y odio. Tú, ¿a qué simio alimentas?

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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
  • [email protected]
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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