Los antiguos filósofos griegos tenían un gran desprecio por la masa. Les gustaba establecer una distinción entre hoi polloi, la muchedumbre y los filósofos, quienes supuestamente encarnaban el lado opuesto.
Esa forma de pensar acerca de concebir la masa, es una verdad a medias. Para explicar lo anterior, conviene comenzar por aclarar qué era para los antiguos pensadores griegos lo que diferenciaba a los filósofos de la muchedumbre.
Desde el surgimiento de la ética, en Heráclito, hasta Sócrates, Platón, Aristóteles y gran parte de las escuelas del helenismo, la gran diferencia entre la muchedumbre y los filósofos consistía en que la muchedumbre no se cuestionaba: seguía los caminos marcados por la sociedad, sin preguntar por qué seguir esos caminos y no otros. Frente a ellos el filósofo era precisamente el que sabía cuestionar de manera metódica y ordenada, qué tan conveniente o inconveniente resultaban los modos de vivir propios de la sociedad.
Pero no hace falta ser un filósofo profesional para cuestionar la sociedad en que se vive. No hace falta dedicar la vida a la filosofía para ser capaz de cuestionar las normas que guían a una sociedad. Es verdad que la gran mayoría de las personas no se cuestionan sobre los porqués de la existencia, pero aún dentro de la muchedumbre hay individuos que, sin dedicarse a la filosofía, son capaces de establecer un espacio entre ellos mismos y sus acciones, para detenerse y preguntar ¿qué es lo que debo hacer y por qué?
Las personas que llevan a cabo este cuestionamiento, independientemente de que dediquen o no su vida a la filosofía, al deliberar sobre los caminos impuestos por la sociedad, están dando un paso fuera del ámbito moral para ingresar en un mundo en el que, a diferencia del mundo moral, no se siguen los preceptos, sino se cuestionan.
Salir de la moral, es salir de la mirada impuesta y dejar de ser acríticos ante ella: esto es algo tan importante como urgente para cualquier persona, independientemente de su labor profesional o del oficio al cual dedique su vida.