Yo amo a los lectores que me buscan, me encuentran y comentan lo que escribo. A veces recomiendan textos o simplemente preguntan algo que no quedó claro. Por eso vivo agradecida con este medio que, sin imponer ni censurar jamás una idea, me ha permitido llegar a tanta gente.
Recientemente recibí una pregunta sobre Sísifo a raíz de mi última entrega: ¿cómo puede ser feliz con semejante castigo por una eternidad? Experta en arte, quien la formuló conoce las magníficas obras que se inspiran en este personaje (como el imponente óleo de Tiziano). Hoy quiero entonces retomar el castigo de Sísifo, que ha sido visto como metáfora de diversas experiencias humanas y explicar su posible felicidad.
Rey de Corinto, en la mitología griega Sísifo era “rico en recursos”, como Odiseo, lo cual en buen griego significa tener un gran ingenio. Pero a diferencia de Odiseo, Sísifo era abusivo y sin escrúpulos; estafaba y mataba para lograr su riqueza e incluso tuvo la falta de prudencia de disgustar a Zeus y engañar a la muerte. No sabemos cuál de todos sus actos fue el que mereció ser castigado, lo que sabemos es en qué consistió el castigo: Sísifo debería subir una enorme roca hasta la cumbre de una empinada ladera para verla caer y realizar la misma ardua y tediosa labor por una eternidad.
¿Cómo imaginar, como propone Albert Camus, un Sísifo feliz? Friedrich Gottlieb Welcker fue quizá el primero en sugerir que la metáfora se refiere al inútil esfuerzo humano por llegar a la sabiduría. Nietzsche coincidiría con esta idea: es mejor vivir luchando por la verdad que llegar a poseerla, pues si esto sucediera, la labor de pensar concluiría y ¿no acaso quienes dedicamos nuestros días a la filosofía somos felices pensando? Ese podría ser un símil de Sísifo feliz: saber que se busca lo que nunca se va a lograr.
Pero fue Albert Camus quien en un pequeño libro de ensayos titulado El mito de Sísifo, incluyó un brevísimo ensayo que lleva el mismo nombre. Para él, Sísifo es un héroe absurdo, tanto por sus pasiones como por su tormento: “Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta Tierra”. Pero para Camus lo que hace terrible este castigo es la conciencia que impide esperanza alguna: Sísifo sabe que la piedra volverá a caer una y otra vez por una eternidad.
Ese trabajo no dista del que actualmente realiza un obrero en una fábrica, solo que a diferencia de un obrero, dice Camus: “Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso”. La vida de un obrero sería trágica solo en los momentos en que lograra tomar conciencia de lo absurdo de su labor. Por eso para Camus el proletariado vive una situación absurda, no trágica.
Para este pensador francés, si Sísifo desciende de la montaña con dolor, puede hacerlo también algunos días con alegría. ¿No acaso fue eso lo que hizo Edipo? Ciego, viejo y desterrado, de la mano de su fiel hija Antígona, al final de sus vida dice: "A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien". Sísifo también puede hacerlo: abrazar su destino, amarlo y decir “todo está bien”. Aquí está la influencia de Nietzsche en Camus, pues solo el amor fati nos hace afirmar: ¿Esto ha sido la vida? Está bien: que venga otra vez y digamos sí a la vida, con un “todo está bien”, porque “la felicidad y lo absurdo -dice Camus- son dos hijos de la misma tierra” y “no hay destino que no se venza con el desprecio”.
Para el Sísifo de Camus, el destino es cuestión humana y “este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil.” En adelante sin amo: ahí está la clave. Para Camus el ser humano debe enfrentar su destino humano, demasiado humano. En otras palabras, a pesar de ser así de absurda la existencia, aun así “algunos días” podemos ser felices. Porque, parafraseando a Camus, “el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón humano. Hay que imaginar a Sísifo feliz”.