Solemos comprender la empatía como la capacidad de compartir lo que le ocurre a otra persona en desgracia. Pero en su sentido original, la empatía es la capacidad de compartir lo que le sucede al otro, ya sea en la desgracia o en el éxito; ser empático es ser capaz de sentir en carne propia lo que le ocurre a otro.
Por increíble que parezca, a algunas mujeres les resulta más fácil empatizar con la desgracia, que con el éxito y alegría. Prueba de ello es la envidia, una constante en las relaciones laborales, académicas y en algunas relaciones de “amistad”. Coloco entre comillas la palabra “amistad” porque teóricamente una amistad debería conducir a que el éxito de la amiga se sintiera como propio: el día en que una amiga triunfa, debería de ser un día de fiesta.
Esa empatía suele ser poco frecuente entre las mujeres. La magnífica tetralogía de Elena Ferrante, Mi amiga brillante, es fiel testigo de esta situación: la amistad femenina suele estar surcada por la envidia. Quisiera entender porqué esto es así. Evidentemente no se trata de la naturaleza femenina: esa sería una explicación errónea y reaccionaria. Algo debe existir en la historia de la conformación de la mujer, que explique esta tendencia a la envidia y las habladurías: algo en su historia debe explicar este fenómeno.
Hablando de esto con amigas y con amigos también, coincidían en que entre hombres es más usual arreglar los problemas de una manera directa. Un amigo me llegó a decir: “Yo he sido muy duro con mis amigos incluso en el ámbito laboral: arreglamos nuestros problemas de frente y la amistad continúa. No te imagino a ti diciéndole a otra mujer: ‘Te pasaste lanza: estás despedida’: Yo lo he hecho sin afectar la amistad ”. Las relaciones entre mujeres están marcadas aun por lazos invisibles de competencia; pero también los hombres compiten y ni la dureza con la que se hablan, ni incluso el llegar a los golpes, tienen a la retorcida maldad con la que una supuesta amiga puede dañar a su “amiga”.
Recientemente vi una caricatura en un periódico extranjero, en el cual dos mujeres están sentadas platicando amistosamente y la sombra que proyectan es la de dos víboras que están a punto de atacarse. Me pareció una caricatura reaccionaria, que sostiene el viejo estereotipo de: Mujeres juntas, solo difuntas. Sin embargo, a veces los hechos parecen constatar que el empoderamiento de las mujeres no ha llegado al ámbito privado de la amistad.
Ese retorcimiento del mal, esa maldad, la encuentro más en las relaciones femeninas que en las masculinas. ¿A qué se debe? Me parece inexplicable. No digo que carezca de una explicación: ahí está Políticas de la amistad de Derrida, ahí está el concepto de amistad en Nietzsche del cual parte precisamente Derrida para hacer su análisis, en fin: hay mucha filosofía sobre la amistad. Pero no he encontrado una explicación que me satisfaga sobre el fenómeno de la envidia en las relaciones entre mujeres.
En su análisis de las pasiones, Baruch Spinoza dice que no encuentra la palabra para señalar lo contrario de la envidia. Que no exista un concepto claro y distinto para señalar ese fenómeno, indica que se trata de una emoción poco frecuente y por eso la ausencia de su referente lingüístico no afecta la vida cotidiana.
¿Qué es lo contrario de la envidia? Podríamos pensar que es la admiración o que es la empatía. Pero se puede admirar o empatizar sin la pasión propia de la envidia. El concepto más cercano quizá sea el de congratularse. Congratularse es agradecer el bienestar de otra, agradecer sus éxitos, su buena suerte, su capacidad para vivir una vida buena. Eso es lo contrario de la envidia: ser feliz al ver el triunfo de la otra al grado de agradecerlo a la vida.
En el ámbito político ya casi lo logramos: nos hemos unido y luchamos por todas. En lo privado, es otro cantar. Y la ética, bien lo dijo Aristóteles, debiera ir de la mano de nuestra posición política. No podemos defender a las mujeres en abstracto y taclear a nuestras propias amigas, o al menos eso habla muy mal de quien así se comporta.
La sororidad será algo más que un eslogan político, cuando seamos capaces de festejar con verdadera alegría, el triunfo de una amiga.
Paulina Rivero Weber