Mi esposo y yo habíamos tomado unos días de descanso en Acapulco y pronto supimos que llegaría una tormenta tropical. Cuando se anunció una escalada, compramos comida para un par de días y decidimos quedarnos. Ingenuamente pensábamos que un huracán nivel 1 inclusive sería una experiencia digna de verse y como nos habían dicho que el lugar en el que estábamos había resistido el huracán pasado, nivel 5, consideramos menos peligroso quedarnos que irnos estando ya a punto de llegar el huracán.
No tengo que explicar lo que siguió, ni podría hacerlo porque no encuentro las palabras para describir el horror que vivimos. Nos salvamos y solo tenemos en mira recuperarnos física y psíquicamente porque vivir un evento de esa magnitud cambia tu vida.
El verdadero problema, lo sabemos, no son los grandes hoteles ni los condominios, que es lo que los noticiarios nos muestran. El problema lo vive el verdadero Acapulco en el que vive la gente que ahí trabaja, que ahí vive. Y sobre todo, el verdadero problema lo tiene la gente con pocos recursos o, incluso, sin recursos.
“Primero los pobres”, sí, de acuerdo. Pero lo que duele es que también para el dolor y la labilidad humana, también estén primero los pobres: ellos sufren sin poder acabar con su sufrimiento. Los que estábamos en hoteles o condominios sin duda salimos muy mal: fracturados, golpeados, traumados. Sí, todo eso es verdad. Pero ellos continúan allá y no hay agua, comida, electricidad ni señal telefónica.
Circula la grabación de un vecino de un condominio que intentaba llevar ayuda. Él relata cómo fue despojado y asaltado por el ejército. Ese ejército que debería de protegernos estaba feliz porque “se chingó” tiendas de La Isla, como lo dice en la grabación, y se chingó también a la gente que pretendía llevar ayuda. Maltrató y asaltó a quienes de buena intención querían ayudar porque “aquí solo ayuda el ejército”. Es una vergüenza, es un dolor increíble pensar que, encima de lo vivido, la gente tenga que cuidarse de sus supuestos salvadores.
Yo ya estoy en mi casa con mi esposo, como la mayoría de la clase media que andaba de turista y que creyó ingenuamente que no pasaría a mayores. La realidad es que no teníamos ni la más remota idea de lo que venía en camino…
Muchos sobrevivimos. Pero los habitantes del verdadero Acapulco viven ahora en un infierno incluso peor que el mismísimo huracán.
Qué terrible sentimiento haber sobrevivido cuando tanta gente murió.