Cada vez que puedo medito. No tengo un lugar especial para hacerlo. Me bastan la orilla de la cama, una silla de la cocina o el asiento de mi coche. La práctica me ha traído varios beneficios, especialmente, en lo que respecta a la reconciliación de mi mente con el cuerpo, y la comprensión del valor que han traído a mi vida cuatro enseñanzas derivadas del budismo tibetano y el Mahayana, y que Norman Fisher explica, con suma claridad, en su libro Entrenar la compasión.
La primera tiene que ver con la comprensión de la rareza y el valor de la vida humana. Ocho mil 100 millones de personas despedazando el planeta son muchísimas para creer que la vida humana sea algo asombroso. Sin embargo, pensada con detenimiento, resulta mucho más extraordinaria de lo que parece. Nuestro cuerpo alberga trillones de bacterias y cientos de miles de bichos que multiplicados por los miles de millones de habitantes, sumados a los millones de millones de seres vivos que habitan en el aire, la tierra y el mar, nuestra vida resulta extraña y pequeña, por ello “no resulta exagerado afirmar que la vida humana no solo es preciosa y sagrada, y no deberíamos tomarla a la ligera”.
La segunda enseñanza habla de la absoluta inevitabilidad de la muerte. Aceptar que la muerte puede llegar en cualquier momento, es motivo suficiente para hacer un alto en nuestra vida, prestar atención a lo que realmente importa y continuarla de una manera diferente para retomar el camino de la empatía y compasión hacia nosotros y quienes nos rodean.
La tercera se relaciona con el increíble e indeleble poder de nuestras acciones. Sean grandes o pequeñas, “cada una de nuestras acciones produce un resultado. Nuestros pensamientos, palabras y acciones tienen consecuencias […]. Todo lo que hacemos es importante […], de ahí la relevancia de tomarnos en serio nuestro poder”.
La cuarta enseñanza habla de la inevitabilidad del sufrimiento. Incluso si quienes son felices no pueden evitar sufrir, “¿cómo no preparar nuestra mente y corazón para el inevitable sufrimiento que enfrentaremos algún día?”.
La meditación es una aliada para abrazar y capitalizar estas cuatro enseñanzas. De cómo conducirla para permitirnos actuar de manera empática y compasiva con nosotros mismos y los demás, hablaré en mi próxima entrega.