La Zarina Alejandra, esposa del Zar Ruso (1917) Nicolás II, era nieta de la reina Victoria de Inglaterra; de la abuela no sólo heredó parte de su reinado, sino también los genes que marcarían sus pesares; esos genes le quitarían el poder y la vida.
Alejandra heredó el gen de la hemofilia B; estos pacientes carecen en la sangre de un factor o proteína que ayuda a la coagulación. Sin esta proteína la sangre no coagula, y ante cualquier lesión o trauma el sangrado emerge y es difícil controlarlo; en ocasiones las hemorragias aparecen espontáneamente en cualquier parte del cuerpo, por ejemplo, el cerebro. Los hemofílicos son propensos a sangrar fácilmente, de ahí su nombre hemo- sangre- y filia- amor- .
El gen de la hemofilia lo portan las mujeres y lo manifiestan sus hijos varones; las mujeres no son afectadas, solo los varones sufren de hemofilia. Fue Alexei, hijo de la zarina Alejandra, el que pagó los platos rotos. El joven Alexei padeció de hemofilia, con sangrados recurrentes, siempre pálido frágil y anémico. Para tratar a este príncipe enfermizo, la familia real, recurrió a los servicios de Grigori Rasputín un personaje enigmático, un curandero teatral que “curó” al príncipe a base de brebajes y ungüentos.
Lamentablemente fuera del palacio las cosas eran un desastre, hambre y descontento; la muchedumbre apostaba por la locura de la familia imperial, y achacaba todos los males a la influencia de Rasputín y su romance con Alejandra. Esta combinación maligna: un gen y descontento social, dieron lugar a la Revolución Rusa. El 30 de diciembre de 1916, Rasputín fue masacrado por sus enemigos.
Para culminar la desgracia, la familia real fue arrestada y fusilada por los bolcheviques; también fueron mutilados, las partes de sus cuerpos se enterraron cerca de la casa del Zar. En 2017 los arqueólogos exhumaron los cuerpos quemados; se hicieron pruebas de ADN que comprobaron el cuerpo de Alexei con apenas 14 años de edad.
