No hay peor momento para un cirujano, que perder al paciente en la mesa de operaciones.
Es algo terrible para todo el equipo quirúrgico.
Una de las causas principales de muerte en quirófano es la hemorragia severa; cuando esto comienza a suceder, la situación se pone tensa; en el ambiente se percibe el olor a sangre y adrenalina; los rostros del equipo se endurecen, no hay lugar para bromas, mientras la presión arterial del paciente cae; el monitor no deja de pitar y mostrar una taquicardia de 180 por minuto, el pulso del operado se torna cada vez más débil y su cara muy pálida; la sangre brota por el lecho quirúrgico, el aspirador extrae la sangre hacia un contenedor de cristal; mientras tanto, la sonda que recolecta la orina se vuelve muy oscura y concentrada, es poca la cantidad de orina en tal situación.
Las órdenes son firmes y contundentes:
“Más sangre y más Plasma”. No se puede perder tiempo, las enfermeras se multiplican obedeciendo las indicaciones médicas:
“Aplique más volumen, inicie noradrenalina”; coloque más vías de acceso intravenoso.
Mientras tanto, el cirujano continúa operando y tratando de localizar el sitio de sangrado para aplacarlo, pinzarlo, contenerlo con hilo y aguja; pero a veces el sangrado es profuso y no hay un sitio preciso, donde pone un punto sangra el enfermo.
El Shock hemorrágico es el terror de cualquier médico; es posible reanimar al paciente; sin embargo, en otras ocasiones, el sangrado es tan intenso que no se logra “alcanzar” al enfermo y el paciente muere o queda con secuelas orgánicas importantes.
