Una de las principales preocupaciones de los pacientes, sobre todo de las madres, es cuando ven que su niño se “pone amarillo”; inmediatamente piensa en hepatitis.
A las pocas horas de haberlo llevado a la escuela le llaman para que vaya a recogerlo, por miedo de la maestra a que contagie al resto de los niños.
Además de amarillo, el niño está débil, cansado, sin apetito, con nausea y vómito y le duele el abdomen a nivel del hígado. Esto puede suceder en el adulto, pero en el trabajo.
Las hepatitis más frecuentes son las ocasionadas por los virus tipo A y B.
La más frecuente es la A; suele ser aguda, presentarse en un par de semanas, se contagia con alimentos y excretas, requiere reposo y buena alimentación por un par de semanas.
La hepatitis tipo B suele ser más insidiosa y crónica a veces dura meses, años o toda la vida; produce periodos de mejoría y recaída característicos, con tinte amarillo en la piel y los ojos del enfermo, pero sobre todo, fatiga y desgano, no toleran el ejercicio, ni mucho menos las comilonas o el alcohol.
La Hepatitis tipo A generalmente se cura y no requiere más tratamiento; pero la B sí, por lo general cuando hay síntomas hay que tratarla con moduladores del sistema inmune como interferón u otras variantes.
Su evolución va de periodos sin síntomas a recaídas; y puede evolucionar al cáncer o cirrosis.
La hepatitis tipo B se contagia a través de las relaciones sexuales o el uso de agujas contaminadas en los drogadictos; por esta razón en los pabellones públicos para drogadictos, se les facilitan agujas limpias para que se inyecten sus drogas voluntariamente, y evitar la diseminación del virus del HIV y hepatitis.
Las transfusiones de sangre ya es muy raro que provoquen la infección, pues los controles de calidad son mejores hoy en día.
Las complicaciones a largo plazo de la hepatitis, como cirrosis, son muy serias.
Eso me hace recordar un gran amigo y excelente médico que falleció de esta manera; con sangrados, alteraciones en la conciencia y con trastornos cardiovasculares severos.
Un abrazo a donde quiera que te encuentres Doc!
Aun recuerdo tu mirada y tu voz en la cama de terapia intensiva en donde me decías: Ayúdame, Óscar: ¡Perdón por no haberlo logrado!