Hipócrates fue el primer médico antiguo en describir al cáncer como una masa dura, que puede viajar por el cuerpo; lo comparó con un cangrejo. También propuso la teoría de los humores: Sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema. La bilis negra era la causa del origen del cáncer. Esta teoría perduró durante siglos. El célebre Galeno la difundió y apoyó por todo el mundo; no fue hasta que El Dr. Vesalio, un anatomista empedernido, buscó y buscó la famosa bilis negra en los cadáveres humanos, y no logró encontrarla. De esta manera fue hasta los años 1500’s en que se desechó esta idea de la bilis negra. Incluso en aquellos años, tratar de extirpar un tumor con cirugía era muy mal visto, pues “se podía diseminar la bilis negra por todo el cuerpo”; de cualquier manera, tampoco existía la anestesia, y la mayoría de los pacientes morían durante la cirugía. Así pues, fue la anestesia y la antisepsia lo que permitió avanzar hacia el tratamiento quirúrgico de los tumores; pero eran pasos a ciegas; aún faltaba determinar el origen del cáncer.
Mientras tanto las sangrías, ungüentos, pomadas y patas de rana, entre otros, eran los tratamientos preferidos de aquel entonces. Fue un joven patólogo quien se propuso analizar la sangre y los tejidos tumorales bajo un microscopio. Rudolf Virchow (1800) planteó la idea original de clasificar las enfermedades desde un punto de vista celular; basó su teoría en las observaciones de múltiples células en los tejidos tumorales; millones de células que se duplican infinitamente: “Las células provienen de otras células” ese era su dogma que hasta la fecha sigue vigente; él acuñó el término hipertrofia para las células que se hacen grandes, como los músculos; y el de hiperplasia para aquellas células que crecen y se duplican en número de manera desenfrenada y desordenada. La hiperplasia, mejor conocida como Cáncer, es un término que, desde entonces, no ha dejado de cobrar vidas diariamente.