En mayo de 2020, una llamada anónima llevó a dos policías municipales de Ayune, Sinaloa, hasta una camioneta BMW mal estacionada. Ahí encontraron el cuerpo amoratado, y con marcas de tortura, de José Rodrigo Aréchiga Gamboa, mejor conocido como El Chino Ántrax, un alto jefe de escoltas del Cártel de Sinaloa que se sentía intocable.
¿Quién habría ordenado el asesinato de uno de los mejores amigos de la infancia de Vicente Zambada Niebla, El Vicentillo? La pregunta encontró respuesta pronto. El autor intelectual del homicidio fue Ismael El Mayo Zambada, furioso porque El Chino Ántrax se había convertido en lo más despreciable que puede hacer un criminal: ser un sapo, un dedo, un soplón, un testigo protegido.
Siete años antes, El Chino Ántrax había sido detenido en el aeródromo de Ámsterdam en un viaje en el que estudiaría el puerto marítimo de esa ciudad para llevar cocaína hasta Europa. Luego de su arresto fue colocado en una residencia para testigos colaboradores de la DEA en San Diego, Estados Unidos, pero se hartó de estar controlado por el Tío Sam y huyó hacia Sinaloa, creyendo que sus pecados serían perdonados por ser el amigo predilecto del hijo del jefe. Y el perdón no llegó.
Traigo al presente la historia porque El Mayo Zambada era implacable con los criminales que decidían salvar su pellejo contando los secretos de la mafia. Ordenó el asesinato de decenas como una manera de hacer pedagogía en las filas de su ejército: el que colabora —especialmente con representantes de Estados Unidos—, muere.
Esta mañana, El Mayo inició su transformación en lo que siempre detestó. Los registros judiciales de la corte federal de Brooklyn, Nueva York, dan cuenta que el cofundador del Cártel de Sinaloa se declarará culpable al mediodía del próximo 25 de agosto. Ése es el paso anterior para que la leyenda del narcotráfico le ruegue al juez Brian Cogan que lo arrope como testigo colaborador.
Si la justicia lo acepta, El Mayo podrá evitar su muerte en una implacable cárcel como la ADX Colorado, donde la cordura se le esfuma a su compadre El Chapo Guzmán a causa del aislamiento. En cambio, podrá tener una muerte natural y cómoda en una prisión de mediana seguridad, donde podrá recibir visitas, tener horas de patio y convivir con otros seres humanos.
A cambio, deberá unir su voz al coro de mafiosos que le cantan al presidente Donald Trump, quien está empecinado en oír una canción: ¿qué tan podrido está el Estado mexicano por la colusión de los cárteles, hoy organizaciones terroristas, y esta putrefacción puede dañar a Estados Unidos?
La voz del Mayo destacará en ese coro. Dicen sus biógrafos que fue compadre de secretarios de Estado, amigo de gobernadores, financiador de alcaldes, corruptor de policías, empresarios, incluso sacerdotes. Y ya no le debe silencio a nadie. A todos puede exponer a cambio de beneficios personalísimos, incluso a inocentes. Herido y en el suelo, todo lo que le queda es jalar a más hacia el piso.
Esta es la peor versión del Mayo Zambada: la del villano que se transformó en lo que juró destruir. Y, por ende, es su versión más peligrosa.