Los actos de vandalización de la fachada del palacio de gobierno jugaron en contra de la verdadera nota periodística: las marchas a las que en todo el país se sumaron miles de mujeres evidenciando que este movimiento no cesa de crecer.
Los vidrios rotos y las flamas en la escalinata frontal del palacio resultan noticiosamente atractivas por el atávico respeto que tenemos a esa infraestructura, pero sobre todo por el género de sus perpetradoras. No se trata solo de una fachada pintarrajeada, sino de que las autoras son mujeres y, además, están furiosas.
La reacción a este hecho, por un lado, pinta a escala la causa raíz de la dolorosa realidad que motiva las marchas: el desgastado estereotipo femenino y la discriminación y pauperización que trae aparejadas. Pero, por otro lado, ofrece la solución milagro para quienes quieren negar la importancia de este movimiento.
Mire usted siempre con cautela aquellos discursos y opiniones que se refieren a “la mujer” como si solo existiera una, o como si todas fuéramos (o debiéramos aspirar a ser) la copia de esa fémina ejemplo a la que, acto seguido, se le asignan poderes sobrehumanos para el amor, la abnegación y los cuidados. Por lo que todo lo que se aparte de ello es considerado como una aberración. Aberrantes las que no se casan, aberrantes las que no quieren hijos, aberrantes las que luchan, aberrantes las que marchan, aberrantes, sobre todo, las que quieren libertades.
Pero las fallas en el sistema tienen que ser la excepción y no la regla. Por eso en este discurso no caben manifestaciones masivas. Al mito del estereotipo lo demuelen los contingentes que uno tras otro claman justicia. Y entonces, ¿qué les queda a los negacionistas de las causas de las mujeres? Pues concentrar la atención en un hecho aislado, particularmente alejado de su concepción femenina y negar nuestras demandas. Pretenden cerrar los ojos a la verdadera violencia, la extendida, la que no se lava con agua y jabón ni se arregla con presupuestos. La violencia que cobra vidas. La violencia hacia las mujeres que tiene su origen en el estereotipo que niega que somos muchas y que insiste en decir que solo somos una: “la mujer”.
Miriam Hinojosa Dieck
Politóloga* [email protected]