El dulce porvenir es una película de Atom Egoyan, quien magistralmente presenta la desdicha de una comunidad entera que se quedó sin niños. El vacío de infantes se suscitó cuando el autobús escolar que llevaba a todos los pequeños de la comunidad al kínder más cercano tuvo un accidente carretero y terminó desbarrancándose en un lago helado. El título alude al lugar al que supuestamente el flautista de Hamelin guió a los niños a los que atrajo con su música.
Supongo que fue la asociación de los temas infancia, autobús, jardín de niños lo que me trajo el recuerdo de este filme. Y es que en los mismos días dos noticias dolorosísimas que atentan contra las y los chiquitos de Nuevo León nos llegaron como trueno. Por un lado, el tiroteo generado por el narcotráfico que se desplegó en los alrededores de donde circulaba un autobús que llevaba menores al proceso de vacunación transfronteriza.
Por otra parte, la nota publicada ayer en Notivox acerca de un kínder en Juárez (que en realidad es un empedrado rodeado por cuatro bloques prefabricados en los que no se puede estar, porque el calor en su interior es insoportable), donde los pequeñitos alumnos deben seguir sus cursos a la intemperie y sin contar siquiera con agua corriente o baños. La recomendación del profesorado es que no ingieran líquidos antes de las clases, porque no podrán ir al sanitario.
En ambos casos se trata de los más pequeños de nuestra comunidad tratando de tener acceso a sus derechos básicos, como son la salud y la educación, en el marco de condiciones que ponen en peligro su aprendizaje, su integridad y hasta su vida. Nuevo León es un lago helado en el que se hunde lo más precioso con lo que cuenta.
En la película de Egoyan hay una protagonista tácita: la comunidad. No sufre solo la profesora, no sufren solo las familias de las víctimas, sufre la comunidad entera. Las y los niños son de todos, su pérdida es un despojo colectivo. Por eso el dolor tiene que ser también superado en conjunto.
Cuando se le pidió al cineasta resumir su obra lo hizo de la siguiente manera: “Ante la tragedia, nuestra fortaleza y nuestra fe se ven sometidas a prueba… es una historia sobre cómo curar las profundas heridas del alma”. En nuestro caso, no fue la fatalidad, sino la indolencia la que instaló la tragedia entre nosotros, nadie escapa. Por eso tampoco hay quien pueda eludir su responsabilidad si queremos sanar. Si se hunden nuestros niños, nos ahogamos todos.
Miriam Hinojosa Dieck