
Es triste saber que Ignacio Solares no hablará pronto para decir muchas gracias, leí tu reseña, me gustó, subrayas la médula de la historia… y otras confidencias más salidas de su generosidad y el respeto por el ejercicio de un oficio por lo general poco apreciado y hasta ignorado, que por cierto él mismo ejerció durante décadas.
Solares fue, antes que narrador, ensayista, dramaturgo, editor, periodista, funcionario y hasta juez de una plaza de toros, un hombre bueno.
Tan bueno que sus prolongadas aportaciones a la cultura mexicana, específicamente en los terrenos literarios, demandaban de todos una justa correspondencia.
Tristeza, es cierto, pero también regocijo al saber y disfrutar un nuevo libro suyo, Minucias, que recopila aquellos pequeños, pequeñísimos textos publicados semanalmente en la prensa diaria durante los últimos años.
A la manera del haiku, especie de lugar donde la poesía se aprieta con belleza, Solares (1945-2023) ejerció este género justo en la última etapa de su vida literaria, prueba no solo del dominio de las herramientas narrativas sino de una madurez existencial.
Podrían verse como un ejercicio paralelo y de ocurrencia, pero no hay duda de que en estas pequeñas piezas, tres o cuatro líneas cuando mucho, se encuentran las mismas arquitecturas creativas con las que el autor logró publicar unos cincuenta libros (diferente género) algunos de ellos fundamentales en sus respectivos apartados.
Ejemplo de lo anterior, el reportaje Delirium tremens, de 1979; la novela histórica Madero, el otro, diez años después; el ensayo Imagen de Julio Cortázar, de 2002 y Serafín, bello texto que Solares republicó hace unos cuatro años tras modificar su original del lejano 1985.
Con prólogo de José Gordon, quien hiciera la última entrevista literaria al autor e incluida en Novelista de lo invisible, libro póstumo, y epílogo de Vicente Alfonso, Minucias bien puede leerse como el libro de libros de Solares.
Un de la A la Z donde la personalísima ráfaga imaginativa de su autor define las cuestiones fundamentales de la creación y la vida y, en ese mismo afán, de la voz más íntima.
Voces que leídas y releídas nos devuelven al Solares ahora ausente.
Aquí unas pocas:
(Alcohol). El mérito no radica en no desear el alcohol, sino en desearlo por sobre todas las cosas y no beberlo.
(Lectura). Releer ciertos libros, como en el arpegio, nos conduce a un acrecentado y renovado placer.
(Escritura). Al escribir habría que invocar al espíritu: desciende, hazte palabra. Pasa a través de mí, como la luz pasa por el cristal.
(Cultura). La violencia es el veneno; el antídoto es la cultura.
(Soledad). Si te sientes solo es que no presientes las presencias invisibles que te acompañan.
(Dolor). El dolor se atempera al dejar de pensar en él: los faquires lo demuestran.
(Humanidad). Si pudiéramos mirar por un instante y a la vez todo lo que miran los millones de ojos de la raza humana, qué pérdida de identidad pero qué visión tan reveladora.
(Sueños). Vives en tus actos no menos que en tus sueños.
(Artista). El artista debe asumirse como heredero del peregrino, del ermitaño y del brujo.
(Poesía). El poeta debería defender, por encima de todo, la inutilidad de su trabajo.
(Sabiduría). La sabiduría necesita de vicios para complementarse.
(Amor). No existe el amor absoluto, con el amor pleno y humano tenemos suficiente.
(Amantes). Nada acerca tanto a los amantes como los sueños.
(Vida). Lo natural es la muerte; lo sobrenatural es la vida.
(Muerte). Poco antes de morir habría que decirse adiós en el espejo.
Dos voces más, a manera celebratoria de este nuevo libro de Solares…
Hay libros para dormir, para no dormir y para soñar.
Y para equilibrar la tristeza…
La mejor manera de ser feliz es empezar por creer que lo eres.