
Decir los que nos faltan es, a un mismo tiempo, decir los que nos sobran.
Personas que no quisiéramos tener frente a nosotros.
Los indeseables.
Trump, por ejemplo.
Milei, otro más.
Quien arropado por personas de perfiles similares como su vicepresidenta Villarruel (miles y miles de argentinos se arrepienten ahora de haberlos llevado al gobierno) emprendieron hace no mucho una campaña en contra de una de las novelas más exitosas de aquella narrativa en el último lustro.
Hablamos de Cometierra, de la bonaerense Dolores Reyes (1978), que al editarse mereció el señalamiento del mejor libro del año por diferentes medios, y desde entonces comenzó a leerse profusamente.
Con varias reimpresiones argentinas a la fecha, para fortuna de los lectores mexicanos y españoles la misma casa editora la acaba de relanzar.
Oportunidad que no debe dejar pasarse (menos al saber que pronto se estrenará una adaptación para televisión protagonizada por la oaxaqueña Yalitzia Aparicio) y que ratifica la pertinencia literaria de Cometierra y la fuerza narrativa de su autora.
De acuerdo a los indeseables, la novela debería estar fuera de las bibliotecas de los institutos de educación media argentinos por “degradante, inmoral y sexualizar a los niños”.
Un libro “degenerado para degenerados”, diría otro más de los funcionarios argentinos.
Pero, se preguntarán lectores, qué cuenta y cómo Cometierra (primera novela de Redondo y de quien habremos de leer Miseria, de 2023).
Es la historia de una joven de la periferia de Buenos Aires quien descubre la posesión de una especie de don mágico; el que le permite, a partir de comer tierra, visualizar a personas antes desaparecidas y ausentes.
Una realidad, genérica y dolorosamente conocida la de los desaparecidos, tan cercana a Argentina y otras geografías de la región como México.
Desapariciones que irán encadenándose en el tiempo, independientemente del origen, ya sea en los años del régimen militar o en los de la violencia en contra de las mujeres o del crimen organizado, y que convierten a la joven de Dolores en una verdadera vidente.
Acaricié la tierra que me daba ojos nuevos, visiones que solo veía yo. Sabía cuánto duele el aviso de los cuerpos robados.
Siempre acompañada de la estrechez material y de su hermano Walter, huérfanos con una ausencia paterna que nos remite a un suceso no revelado, la cometierra irá afinando esa única aptitud para ayudar a los otros, personas a las que reconocerá de inmediato.
Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla del dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve.
Clasificada como novela del realismo mágico o policiaca o algo diferente, Cometierra es simplemente una gran novela, pulcramente escrita y tan de las inmediatas realidades humanas que la hacen una narrativa necesaria.
Es la voz de los desesperanzados ante la ausencia del suyo.
De los suyos.
Los nuestros.
No se extraña a un hijo, un hermano, una madre o un amigo igual que a otro.
Es también la voz de la conciencia (literaria) que nos dice:
No quiero más muertos.
Una novela que nos traslada (si fuera posible olvidarlo acaso) a los que nos faltan.
A los que nos sobran.
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Nacida donde vive con sus siete hijos, la provincia de Buenos Aires, ejerce además de la literatura la docencia. Estudió Profesorado de Enseñanza Primaria y Letras Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. Cometierra se ha traducido a 15 idiomas y fue reconocida como el mejor libro del año por The New York Times, El País, El Cultural, El Universal, Página 12 y Perfil. Dolores Reyes es contemporánea de las también grandes narradoras argentinas Sol Fantín, Aurora Venturini, Inés Garland y Belén López Peiró.