Una mínima conciencia de historicidad llevaría a dejar de asumir las nociones primigenias de soberanía como un templo. La supremacía del Estado como una noción establecida en el lenguaje de la guerra, cosa que despierta pasiones muchas veces sinsentido, no puede ser la misma cuando se suponen relaciones entre pares en las que se cede, por definición y con reglas, espacios soberanos contra intercambios. Base de todo acuerdo entre países. De ahí que una decisión de los poderes de un Estado, por lógica, será soberana sin que ello impida una contradicción: en un Estado funcional, el sujeto de la soberanía se traduce en el derecho.
Sin los procesos establecidos dentro de la ley, eso que según conveniencia conocemos como debido proceso, la entrega y no extradición a otro país de individuos o delincuentes, por parte del Estado, es una decisión soberana al caer en manos de su poder supremo y no lo es, en simultáneo, al evitar las reglas que protegen a los ciudadanos y a un entendimiento menos rupestre de la soberanía.
Como algunos gobiernos tienen la necesidad de reiterar una grandeza proverbial, a la Trump, otros lo hacen a la argentina con una idea maniquea de la libertad y el mexicano incluye a la soberanía sin pudor.
En el extravío de las reiteraciones, aquí se hace soberana la no gobernanza cuando el crimen controla algunas partes del territorio. Habrá militares, siempre soberanos, en los desiertos del Estado donde no hay soberanía si el derecho tampoco rige las posibilidades de los habitantes.
Para el México de los significados vacíos, es soberano el tren que se descarrila, lo es la palabra en la plaza pública y televisada de las conferencias en Palacio. Ahí, el enaltecimiento tramposo de soberanía popular, no otra, es el engaño retórico de quien la busca secuestrar en los modos de su tendencia poco democrática. Ya no es la representatividad de la democracia quien la guarda. Es el simplismo de creer que si el pueblo es soberano la condición que surge de él es infalible.
Con menos demagogia, sería más eficaz el análisis de la situación en la que nos encontramos. Al menos, frente a nuestro vecino. Supongo que el canciller y el embajador podrían pensarlo. ¿El embajador?