En tiempos de radicalismos, como el que hoy vivimos en México y el mundo, se recrudecen las confrontaciones movidas por el odio. El rencor a lo diferente, a lo “anormal”, a lo desconocido. Un sentimiento hondo, obscuro y elemental, que nos impele a recrear miedos imaginarios sin más sustento que las percepciones superficiales basadas en apariencias y preconcepciones.
Eso sucede en los Estados Unidos con la política migratoria del presidente Trump. Este nieto de inmigrantes ha acentuado su nativismo excluyente y pretende expulsar a un millón de inmigrantes cada año durante su administración. Los operativos —auténticas razias de persecución y aprensión— han reavivado los conflictos interraciales y sociales en ese país, de por sí afectado desde su origen de segregación, discriminación y hasta esclavitud.
Nuestros paisanos, con o sin documentos, están siendo perseguidos y expulsados únicamente con base en su perfil racial, su apariencia y su cultura. El miedo se ha apoderado de las comunidades inmigrantes, y el resentimiento no ha tardado en hacerse ver.
Para nuestra sorpresa, ciertos mexicanos en México están reaccionando con el mismo odio xenófobo de los supremacistas angloamericanos. Con el pretexto de que algunas colonias de la CDMX se han “gentrificado” —antes diríamos que se han llenado de catrines güeros— se lanzaron el 4 de julio pasado, el día de la independencia del país norteño, a manifestarse a gritos e insultos contra los “extranjeros indeseables”, como diría Trump. El odio racista se desató y culminó con la vandalización de negocios y edificios señalados como excrecencias del detestable capitalismo explotador.
La “raza” se dio gusto con gritos y pancartas cargadas de discriminación e intolerancia. ¡Gringo go home! ¡Aprende español! ¡Devuélveme mi barrio! ¡Viva el poder prieto! Los rostros cubiertos con paños negros, kufiyas palestinas o máscaras de luchador me recordaron los sambenitos puntiagudos y blancos del KKK sureño.
De nuevo el odio contra los inmigrantes, aunque ahora güeros y “ricos”, perpetrado por docenas o centenas de ninis subsidiados, reclutas de las barriadas, resentidos sociales, bloques negros que todo vandalizan, y demás especímenes del folclor urbano marginado. No hubo prevención policial; los destrozos no fueron evitados, y nadie fue apresado o castigado.
Luego del conflicto, los mensajes emitidos por las autoridades locales y federales parecieron justificar estas manifestaciones violentas del “pueblo bueno”. Todas coincidieron en condenar la “gentrificación” y el incremento del valor de los inmuebles y las rentas, cuando ese fue el resultado de una política pública que inauguró AMLO cuando fue jefe de gobierno. ¿Recuerdan el rescate del centro histórico, en el que tuvo mucho qué ver el grupo Carso?
Esta política exitosa fue continuada por su sucesora, que convocó a los artistas e intelectuales de mundo a poblar esas colonias; por cierto, rescatadas de la depauperación en la que las hundió la política populista de las rentas congeladas del decreto de 1942 (https://t.ly/B7VFS). Así nació la pobreza urbana romantizada de “Nosotros los pobres”.
