Aparece (The Economist, 30/8-5/9/25) una biografía sobre Robert Louis Stevenson. Dice el reseñista que el biógrafo Leo Damrosch, profesor emérito en Harvard, evita lo mismo la veneración que las ganas de derribar a la leyenda de Stevenson. Veo como novedad que quizá Stevenson no padecía tuberculosis sino un mal genético que lo mató a los 44 años. Vuelve a surgir la historia de su fuga y matrimonio con la intrépida Fanny Osbourne, mujer de armas tomar y a quien Stevenson agradeció que lo amaba cuando su cuerpo era sólo “una complicación de tos y huesos”. Le dan estos adjetivos a Stevenson: encantador, desprendido, tostado, brioso, cálido. Parece que es muy buena la biografía.
Mi ojo se detuvo en esta frase: “Estoy matando a mi padre”. No sabía que la dijo cuando abandonó su fe religiosa, lo que le sigue al puritanismo: los Stevenson eran calvinistas.
Y me fijé en la frase porque hace años descubrí que Stevenson mata a los personajes paternos en sus relatos. Es seguro que pocas cosas disfrutó tanto como la ausencia, por muerte, de un padre en las aventuras narradas, a veces desde los primeros capítulos como en La isla del tesoro; a veces, incluso, antes de que comience la novela como en Kidnapped. Es la ausencia que Stevenson no pudo disfrutar en la realidad puesto que su padre no cesó de hostigarlo por la vida que había escogido. Los pleitos entre Thomas Stevenson y su hijo fueron continuos. Visto así es ya un milagro que el personaje paterno llegara vivo hasta la mitad de la novela en The Master of Ballantrae, quizá porque su padre había muerto ya cuando Stevenson la escribió. Incluso, bien leído, el doctor Jekyll dice del modo más claro que Hyde es, no su hermano, su doble o su otro yo: es su hijo.
Todo fue a más en este asunto. En Weir of Hermiston Stevenson planteó a fondo el conflicto, que lleva a un caso de vida o muerte, entre un padre y un hijo. Curioso que no llegara a terminar esta novela. Trabajaba en ella la mañana en que lo mató una hemorragia cerebral.