No sé ni cómo ni cuándo fue, que en algún oscuro rincón de la mente humana anidó la nefasta idea de:
“Yo tengo razón, tu estas equivocado”, es decir; una discrepancia absoluta que no admite términos medios y descalifica de manera rotunda la opinión “del otro”, que en tratándose de temas de supervivencia, dejaba como única salida la eliminación ineludible de uno u otro de los discrepantes.
Nacía así la guerra entre los seres humanos, seguramente en esa etapa evolutiva de la humanidad, en la que nuestra forma de relacionarnos no era muy diferente a la de los insectos, los reptiles y otras bestias, cuyos medios para dirimir sus diferencias hasta hoy no han avanzado ni un milímetro, sino que se mantienen en la simple balanza de la ley del más fuerte.
Pero la “¿evolucionada?” y contradictoria mente humana se inventó esquemas de resolución de conflictos como “la política”, con instrumentos como “la democracia”, quizás para sobrevivir como especie a la par que cumplir con su natural sentido ético del bien y el mal, pero al mismo tiempo que desarrollaba sofisticadas armas para matar más y mejor a sus congéneres.
Pronto el tóxico (Yo tengo razón…), aplicado antes a la supervivencia, para seguirnos matando migró a otros ámbitos del quehacer humano como el de la religión, la política (con su bío-poder), el comercio y aún otras actividades como el deporte, que por su supuesta condición de ser un honorable sucedáneo de la guerra, debería avocarse al principio aquel de “mente sana en cuerpo sano”.
Sin embargo nos seguimos asesinando por estos o cualesquiera otros pretextos, (véase si no AEK Atenas y el Dinamo de Zagreb), pues la realidad es que hemos perdido la brújula del sentido ético de la vida y como ciegos deambulamos de un espejismo a otro, en busca de aquel que creemos nos va a ¨hacer felices”, aun a costa del bienestar del otro.
Nuestra mutilada evolución psíquica-intelectual, no nos deja entender que existen modelos viables de convivencia con resultados reales de “ganar ganar”, en tanto que de seguir por el camino donde vamos, terminará todo en un “perder perder”.