El plato de fruta fresca se ve apetitoso y como usualmente lo hago, el primer bocado llena demás mi boca, este exceso no es algo nuevo, acostumbrado como estoy a la auto-critica, ya antes me he preguntado el porqué disfruto más los bocados grandes que los pequeños, por cierto éstos últimos los recomendados no sólo por las formas sociales, sino también por quienes dicen saber cómo saborear mejor los alimentos, así como por los gastroenterólogos y otros profesionales de la salud.
Mientras desayuno, pienso que tal vez este mal hábito sea una versión atenuada de la gula, o una manía infantil no corregida, o ya especulando, pudiera ser una herencia atávica de mis ancestros prehistóricos, en cuyo mundo el alimento no estaba en modo alguno garantizado, como se puede apreciar hoy en algunos carnívoros, donde la tarascada con la que arrancan un trozo de carne, tal vez sea la única que consigan.
Conducta que dicho sea de paso, puede observarse en otros comportamientos humanos: desde la arrebatinga infantil de bolos en las piñatas, pasando por una gama de procederes vinculados a la precariedad y sobrevivencia mencionados, hasta la lucha despiadada de políticos que llegan al homicidio por conseguir los “huesos” codiciados.
En este orden de ideas, apenas voy en mi sexto frugívoro bocado y como no he renunciado a su vastedad ya puedo adivinar el fondo del plato.
Ahora se me ocurre que quizá “la culpa” de mi pródiga apetencia no se deba solo a mi antediluviano legado genético, sino a una combinación de las otras causas ya citadas, cavilación que me hace re-pensar la gula como una de la fallas humanas de las que ya nos habla Aristóteles en 300 a de C.
Que junto con la ira, la soberbia, la lujuria, la pereza, la envidia y la avaricia, son rebautizadas por el cristianismo como pecados “Capitales”, no por su magnitud sino porque dan origen a muchos otros pecados.
Ahora aunque le rasco al plato, el último bocado es frugal, ¿podré cumplir el “Aurea mediocritas” del poeta latino Horacio?, que en eso de nuestras fallas, no implica renunciar, sino encontrar “La justa medida de oro”.