En 1990 la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la clasificación internacional de enfermedades mentales. Eso quiere decir que las instituciones de atención a la salud entendieron como una enfermedad a las orientaciones que no fueran la heterosexualidad. Pero cambiar de paradigmas -es decir, cambiar la manera en que la cultura y la sociedad comprenden las cosas- requiere mucho más que decretos institucionales.
Que las personas, y eso incluye al grupo de profesionales de la salud, entendieran la homosexualidad como una enfermedad implica que se le viera como si pudieran curarse, como si tuvieran un origen ajeno a la persona o como si pudieran contagiarse; de ahí puede entenderse el origen de las llamadas terapias de conversión, que no son más que una forma de tortura psicológica y física que no resuelven nada, porque no hay problema que resolver.
La orientación que las personas sentimos, en formas sexual y afectiva, es una dimensión de nuestra humanidad y no es elegida, no depende de mi decisión ni la puedo cambiar a voluntad. Nos permite conectar con las personas a través de la atracción y establecer vínculos diversos, y se manifiesta de diversas maneras: sentir atracción por el sexo contrario, por el mismo sexo o por ambos.
Para conmemorar la eliminación de la homosexualidad como enfermedad, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2004 proclamó el 17 de mayo como el Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y la Bifobia. Con ello también se apunta para avanzar en la eliminación del estigma social que existe en contra de las personas con orientaciones que no sean la heterosexualidad, así como brindar apoyo a la comunidad de personas transexuales.
En vísperas de la fecha este año es importante nombrar a la diversidad humana en sus múltiples dimensiones, las personas tenemos distintas formas de existir y una de ellas es nuestra orientación sexoafectiva y no significa que haya una manera correcta de ser.