Política

“Vámonos a equivocar de otras maneras”

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  • “Vámonos a equivocar de otras maneras”
  • Julio Hubard

La conversación es un arte perdido. Las culturas, sociedades, grupos, las amistades y afinidades tienen como colágena a la conversación. A la vez las une y es su objetivo, si le vamos a creer a Platón o nos asomamos a las empresas de Mortimer Adler, que llamó La Gran Conversación al proyecto de los Great Books.

Originalmente, las redes sociales parecían una nueva dimensión, inmensa, de las conversaciones. Con la Primavera Árabe, por ejemplo, quise creer que irrumpía la posibilidad de las expresiones múltiples y convergentes de la cultura, la civilización y esas cosas que nos emocionan a los liberales ingenuos, aunque fuera en esa liza del habla que llamamos política: el debate. La interlocución con uno mismo se llama consciencia; según la idea vieja de Aristóteles, el envoltorio crítico de esa consciencia se llama ética y, cuando un ser consciente lleva fuera de sí su capacidad de diálogo, está en el ámbito de la política. La ética es una conversación íntima; la conversación con los demás se llama política.

Algo no anduvo bien en este esquema. Todas las posibilidades abiertas, pero antes que en un ágora de inmensa escala, las redes y sus promesas árabes y occidentales se retrajeron a unos controles clánicos, tribales, gobernados por esa agresión que obedece al miedo. La gente se vuelve a los espacios de auto confirmación y solo se siente segura retornando a la casa de siempre. Me pasa por la cabeza el desesperante relato de Primo Levi: los nazis, derrotados, huyen y abandonan el campo de concentración. Los prisioneros salen, abren la puerta... y se vuelven a meter.

No solo cambiaron los planos y las fases de lo público y lo privado. También el carácter y la confianza en las palabras y en la emisión de voz y opinión. Que fallaran las encuestas tradicionales en tantos casos significa que muchísima gente ya no responde con franqueza a las preguntas de un interlocutor. Las encuestadoras que acertaron ya ni siquiera recurren a la conversación; no preguntan opiniones: fisgonean con algoritmos en las redes sociales y resultan mucho más precisas.

Algo dejó de funcionar en el habla pública. Quizá incluso en la relación con el lenguaje. Siempre se han objetado los usos de los adjetivos. Pero, salvo en unos cuantos momentos atroces, no hallo en la historia algo semejante a lo que sucede hoy en la vida pública, sobre todo urbana e ilustrada: meterle pleito a los sustantivos y a los verbos pudo suceder en las revoluciones: la francesa, la soviética, incluso en momentos de la mexicana. Pero esta cosa actual de querellarse contra la inmoralidad de la gramática es inédita. No es actitud cundida por todas las capas; es una sombra viscosa que escurre del cadáver de la Ilustración. De pronto, parecen preferir impedirse el habla unos a otros. Y se echan montón, pandilla, para callarse, no para dialogar. Es perplejante, sobre todo al salir del siglo XX, que juntó un montón de basura, pero fue magníficamente lingüístico...

La política amenaza con dejar de ser debate; las clases ilustradas amenazan con prohibiciones léxicas y gramaticales que vuelven hipócrita o de plano imposible la conversación. Las natas del poder y la cultura se vuelven facciosas, tiránicas y mafiosas. Ahora que nada está prohibido, los cosmopolitas, los internautas, se vuelven tribus. Habrá que inventar de nuevo el agua tibia de la conversación.

Pese a todo, un tonto optimismo sigue encaramado sobre mi hombro: las grandes transformaciones históricas forman remolinos y turbulencias antes de que el agua vuelva a ser potable. La conversación continúa, pero en otro lado. Por lo pronto, alzo tiliches y me despido con gratitud: a MILENIO, por el espacio libre, y muy en particular, a José Luis Martínez S. Es hora de que me vaya a ver si entiendo de otro modo. Como le dijo Gerardo Deniz a la “Cultura”: “vámonos a equivocar de otras maneras”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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