Política

El individuo contra la verdad

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  • El individuo contra la verdad
  • Julio Hubard

Voltaire despreciaba a Shakespeare, porque sus personajes hacen cosas impensadas e impulsivas. También a Homero. Los disparates de Voltaire son interesantísimos porque siempre son inteligentes: detestaba que Homero pudiera cometer errores ridículos, como creer que el altanero y orgulloso Aquiles aceptaría una disculpa tonta de quien le arrebató su legítimo botín y a Briseida. “Es que no fui yo sino Áte (la obnubilación, la ofuscación) quien actuó en mí”. Nada tonto, Voltaire. Pero ignoraba una cosa que explica E.R. Dodds (Los griegos y lo irracional): el sujeto griego no se concebía a sí mismo como una unidad cerrada, sino como un ente abierto y susceptible de ser tomado, raptado, por la voluntad superior de las deidades.

Occidente —en consonancia con una larga fe monoteísta— ha ido generando una idea muy distinta de la griega antigua: el individuo. La cosa humana se ha ido cerrando y aislando hasta tener la certeza de que todo lo que sucede en el sujeto es él mismo. Plutarco, por ejemplo, cree que los oráculos ya no son en verso porque los oficiantes de los ritos perdieron la capacidad de escuchar la voz de los dioses; Maimónides, siglos después, intuye lo mismo: nos vamos volviendo sordos a la voz sagrada que nos habla desde fuera de nosotros pero que resuena en nuestro fuero interno. El racionalismo de Descartes es el punto donde el individuo occidental halla su ruptura con el exterior. Bien que puede, perspicaz como él solo, demostrar la indudable existencia real de sí mismo (dudo: pienso; pienso: existo), pero cuando quiere demostrar la existencia de algo exterior se mete en camisa de once varas: que Dios no engaña —que, según se crea, o no, resulta aceptable o fútil.

Un poco más, con la simplista popularización de Freud, se instala otra certeza, que venía ya de lejos: todo lo que ocurre en mí es yo, con consciencia o sin ella. Aquello de lo que no sabemos dar razón —olvidos, metidas de pata, sueños— sigue siendo cosa de uno, y solo de uno. El individuo se hizo hermético. Mala lectura o abandono de la lectura, el caso es que Ortega y Gasset se topa con el hombre masa: “un ser que encuentra dentro de sí un repertorio de ideas, que nunca se ha puesto a pensar, y decide que está completo.”

Ser sin poros, sin agujeros. Con derecho a su opinión, no porque la haya pensado sino porque es suya. No es raro que la verdad —por definición, externa a mí, válida de suyo, sin importar quién la diga— se convirtiera en un recurso también propio. El caso más escandaloso: Trump. Pero apuesto a que él cree muchas de las cosas falsas que dice, si no es que todas.

Veo en los medios una sensata alarma por la fuerza y penetración con que se ha desatado “un clima de anti-intelectualismo y un culto a la ignorancia”. Me asusta imaginar que en la columna vertebral de Occidente se enroscaba desde siempre la serpiente del Paraíso perdido de Milton: era ella la que incitaba a la desobediencia, la rebelión, en suma, a la libertad. Pero que, una vez libre, el paradisiaco Adán moderno, incapaz de salir de sí, perdió la costumbre de las dudas, los acuerdos, las influencias. Creíamos que las libertades civiles, religiosas, de opinión y expresión nos pondrían los pies sobre un mundo común y mejor. Y sí. Pero no sabemos reparar la impermeabilidad del individuo: impermeable para todo lo que le quede fuera. Como la verdad.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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