De los problemas del país, parece ser que el mayor, casi una catástrofe, es la eliminación de la selección mexicana de futbol en la Copa Mundial de futbol 2022 en Catar.
Para millones de aficionados, fanáticos, simpatizantes y seguidores, familias enteras, periodistas, futbolistas, directivos, empresarios y mercenarios de este deporte, la eliminación no fue otra cosa sino un rotundo fracaso.
Echemos un vistazo al fracaso.
Para empezar, el equipo representativo, como todos los que calificaron y llegaron a Catar, previo a esta fase ya había recibido 1.5 millones de dólares que, según información de la FIFA –dictatorial y gran dueña del negocio-, aplicaría en la preparación de los jugadores.
A esta cifra le sumamos, ya, otros 9 millones de dólares al quedar fuera de la competencia en la primera etapa.
El lucro, como el balón: redondo.
Desde ese punto de vista, el fracaso no lo es tanto. Es el rubro que más importa a los propietarios del rico sector futbolero mexicano (propietarios, patrocinadores y televisoras).
Podremos decir todas las lindezas posibles –en lo que nos pintamos solos-.
Repartimos culpas, señalamos, adjetivamos y sentenciamos al entrenador, a su cuerpo técnico y a los jugadores, y endilgamos mentadas de madre a esa clase potentada. Nadie más es responsable.
La prensa, otra vez, es protagonista implacable.
Y voy sobre la prensa porque, al igual que en la política y la situación del país, en buena medida es corresponsable de los traspiés, caídas, decepciones, tristezas, derrotas, empantanamiento, engaños, demagogia, mentiras, connivencia, complacencia y la infaltable corrupción existente en el medio futbolero.
Esa prensa y sus periodistas no tiene empacho en fabricar ilusiones a partir de crear sistemáticamente ídolos de barro.
Una prensa deportiva, en especial la televisiva y radiofónica, que ha sido capaz de habernos futbolizado como sociedad hasta la saciedad, de vendernos entrenadores y jugadores “estrellas” y de acribillarlos cuando la realidad se impone.
Al final, esa prensa, esos dueños de equipos, ese emporio que es la FIFA, las empresas patrocinadoras del futbol y sus múltiples y lucrativos torneos, se olvidan que este deporte, jugado por millones de mujeres y hombres desde temprana edad y hasta una edad mayor, no les importa en su origen, en su práctica, en lo que fue su acta de nacimiento y que era divertirse, convivir, útil para desterrar vicios y sacar del marasmo a núcleos enteros de la sociedad mundial.
Sí, el futbol es un deporte que, al menos en México, viene de los barrios, del arrabal, de las canchas de tierra, desde la niñez y adolescencia que, salvadas de otras tentaciones, logra lo que no logran políticas institucionales.
Es, dicen quienes saben, un deporte hecho industria, que “ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí". O bien, "la única religión que no tiene ateos".
Pero también “una cosa que se hace con los pies, porque el pueblo piensa con los pies”, dijo Borges.
Así, es deseable que el periodismo y los periodistas deportivos, o específicamente los futboleros, sea profesionales, éticos, conocedores de verdad, que entiendan lo que el futbol es en toda su dimensión, y no en comentarios y críticas indignas y destructivas que únicamente salpican frustración y enojo, sinrazones.
El futbol mexicano merece otra memoria, no solo fustigarlo y después de ensalzarlo irresponsablemente.
Es una violación a los derechos humanos de quienes, sin estar mezclado en el gran negocio, lo ven y lo practican en su calle, en su escuela, en los campos llaneros.
Porque, si la selección mexicana es un fiasco, todo lo que lo rodea también lo es.
Un negocio en el que, al parecer, perder no sirve de nada, porque su lucro financiero es su modus operandi.
Será mejor ver el futbol como un deporte de seres humanos, de carne y hueso, en el que se gana y se pierde.
Hay que recobrarlo y saber divertirnos, reconociendo no a un equipo ni a un jugador, sino a una raza humana que lo asume como religión. Revaloremos ese encuadre.