A estas alturas —y antes de su muerte, apenas el pasado 16– qué no se ha dicho ya sobre Rosario Ibarra de Piedra que no corra el peligro de transcribirse en esta columna. Es un riesgo casi insalvable, asumido. Entonces lo mío ahora es abreviar y reconocer la existencia perpetua de una madre herida anímicamente al haber sufrido la desaparición forzada de su hijo Jesús Piedra Ibarra en Monterrey, en 1974, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez a quien, como secretario de gobernación durante el sexenio de Díaz Ordaz, se le atribuye un peso ideológico de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en 1968 y, ya como presidente, de los sucesos del Jueves de Corpus en 1971.
Omito aquí cualquier dato biográfico de Rosario Ibarra de Piedra porque el lector interesado podrá hallarlos dónde quiera, las páginas electrónicas y los medios impresos están atiborrados.
Jesús Piedra Ibarra —hijo de Jesús Piedra Rosales, un hombre que militó en el Partido Comunista Mexicano— fue vinculado a la Liga Comunista 23 de septiembre y detenido después del asesinato de un policía en 1974. Nunca más se supo nada de él. Se dijo, se le acusó de delincuente en la sospechosa versión de los de cuello blanco.
Ese fue un caso que quedó en las estadísticas, un archivo cerrado, el clásico carpetazo que logró en un momento reabrir Rosario Ibarra, mediante su encarnizada lucha aunque jamás se llegó al fondo del asunto. Ella supo que su hijo estaba muerto y sus esfuerzos se concentraron en saber en dónde habían quedado sus restos. Todo fue infructuoso, pese a que se enfrentó al poder más terrible que puede haber.
Pionera defensora de los derechos humanos en México, Rosario Ibarra de Piedra creó el Comité Eureka! al que se sumarían muchas madres de desaparecidos políticos.
La única vez que la pude observar de cerca fue al terminar un mitin en el Zócalo de Puebla: la encontré luego comiendo en la tradicional fonda La Mexicana, solamente acompañada de otra persona. Me acerqué y me permitió darle un abrazo. No le dije nada, tantas palabras ya escuchadas posiblemente la mortificaban.
Si es verdad aquello de que al momento de la muerte se corren los velos hacia atrás, Rosario Ibarra de Piedra logró despedirse de su hijo. Tenía 95 años, más de la mitad de su vida buscándolo. Un ejemplo de emblemática mujer.
Juan Gerardo Sampedro@Coleoptero55