Estamos a las puertas preparatorias a la celebración de la Navidad.
Algunos comerciantes la anuncian desde septiembre y siempre se olvidan de las semanas de Adviento, y para nada toman en cuenta la veneración a la Virgen María, tanto en el 8 de diciembre como el 12 de diciembre.
Muchos entienden que la Navidad es para el consumo de lo que ofrece el comercio; para las pachangas en las que se beben y sirven alimentos hasta la hartura, y quedar viscos “decentes”, que nadie lo ve mal.
Sólo se está cumpliendo con los normas de sentido común que se acostumbra en las fiestas de familia. Somos una gran familia, ¡aquí sí!
Celebramos fiestas navideñas pero al revés de su significado bíblico, religioso.
Quizá muy en el fondo, nos valen gorro tales significados, y si entonamos cantos religiosos, cantamos a todo gaznate, pues así se acostumbra, para eso colaboramos a que la fiesta tenga sabor, aunque sea solamente folklórico, pues así se cumple con las costumbres de estos días.
El mercado se ha apoderado de las fiestas de diciembre y nos mandó los significados verdaderos por la borda, porque lo que importa es vender y consumir al ciudadano de a pie.
Preparamos el nacimiento de Jesús que nació fuera de poblado, como un insignificante nómada que nadie preguntaba por él.
La reflexión cristiana nos lo representa como el salvador del mundo y de verdad, lo es.
Desde el pesebre de Belén, para Jesús, los grandes son los pastores, primeros. Este criterio es clave para las celebraciones navideñas.
Pueda ser que no nos agrade, pero no es ese el primer problema a para el sentido verdadero de la Navidad.
Quizá pueda parecer como un “aguafiestas” este modo de vivir y ver el misterio del nacimiento de Jesús, pero este planteo es serio.
La Navidad, entre otras tareas cotidianas, es el tiempo para examinar cuantas cosas traemos al revés en nuestras personas, en nuestros grupos pastorales, en el ámbito civil.
Tiempo de ver nuestros deberes ciudadanos, nuestro cumplimiento con la verdad, la honradez, la honestidad, la justicia, en estos ambientes cargados de asesinatos, corrupción, injusticia, mentiras que no están acordes con la realidad de la vida.
Es importante que nos reconciliemos con la realidad, ya que de no hacerlo, nos enredamos en reflexiones convenencieras, que no son solo nuestro particular modo de pensar, justificado con el reclamo de la “libertad de expresión”, libertad que solo la ejercemos para acomodarnos bien en la sociedad.