La primera semana del presente marzo, la Diócesis de Torreón celebró un evento al que llamó retiro diocesano que tiene la intención de ser un paso más hacia el Plan Diocesano de Pastoral.
En el sentir de un párroco participante se enjuició el evento como una voz colectiva y silenciosa de un pueblo creyente con ansia de saber.
¿Saber qué? Pues algo tiene el aire de misterioso, de lo que no conoce y no encuentra la razón por qué no lo conoce, pero que en lo secreto le hace falta.
Para eso son los pastores que conocen la realidad y quieren transfemarla.
Los miembros de la Iglesia al dar a conocer el Evangelio e interpretarlo para la realidad histórica, ejercen una acción pastoral en la comunidad concreta, histórica que lleva a la transformación cultural, social, histórica, etc., que llamamos “inculturación”.
Toda acción pastoral no tiene el sello de la neutralidad.
No es impune frente a la realidad.
Puede transformar al pueblo y debe transformar al apóstol que gasta sus energías en esa tarea.
A esa tarea le llamamos teología pastoral que tanto énfasis le puso el Papa Juan Pablo II.
Y clérigos y laicos son los pastores propios de la transformación de la realidad.
La Pastoral es una reflexión crítica, metódica, sistemática que se hace acerca de la práctica pastora en su actuación histórica. Imposible que el creyente no vea, lo que ve.
Aunque se trate de acciones pastorales, no se escapan de ser acciones sujetas a la organización, a la sistematización, para ser así, conocimiento científico.
El Papa Juan Pablo II, le llamó a la Teología Pastoral: “la teología pastoral o práctica, que es una reflexión científica sobre la Iglesia en su vida diaria con la fuerza del Espíritu a través de la historia; una reflexión de la Iglesia como sacramento universal de salvación” (PDV. 57).
La Pastoral, como actividad práctica, requiere de principios de investigación y de reflexión, a fin de no limitar su quehacer a producir un conjunto de acciones que se suceden como un conjunto de acciones, sin ninguna articulación ni profundidad.
Es bueno ser cauteloso para no producir eventos que tengan el marcado sello de alimentar emociones, que lleve a producir un cristianismo de exaltaciones, ya que de ser así, los estadios deportivos serían los mejores cristianos, ya que en esos escenarios, se dan los gritos más emocionantes, pero ahí se quedan, en el silencio de las canchas, nomás que en este caso, se trata del mundo.