Un estadio con las gradas prácticamente vacías, sin vítores, ni gritos, ni algarabía, fue el escenario de una apertura de Juegos Olímpicos atípica, y como lo había mencionado en una columna anterior, con un dejo de nostalgia y melancolía.
La ceremonia de inauguración de las Olimpiadas estuvo cargada de sobriedad y de poderosos mensajes a la humanidad, después de más de un año en el que la pandemia ha mantenido en vilo a nuestra especie y su forma de vida.
No quiero que suene a frivolidad porque no es un tema baladí la importancia que tiene para el ser humano la convivencia social; es un rasgo fundamental de todos nosotros y eventos deportivos como los Juegos Olímpicos eran una muestra de las mejores formas en las que podemos dirimir nuestras diferencias y estrecharnos la mano como amigos.
La carga simbólica de Tokyo 2020 pasará a la historia en muchos sentidos, puesto que el contexto en el que se desenvuelven y el viacrucis que ha significado su organización, bajo estas circunstancias excepcionales, van de la mano con los retos que la humanidad ha enfrentado en este último año.
Las Olimpiadas siempre han sido una alegoría de la perseverancia, coraje y disciplina del Hombre por alcanzar un objetivo, esta ceremonia dejó en claro que, aunque parece que el mundo y la vida se nos están cayendo a pedazos, siempre queda un resquicio, por insignificante que sea, de esperanza.
Así lo dijo Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, al dar arranque a una ceremonia con un mínimo de invitados y con una ciudad anfitriona en estado de emergencia que se niega a bajar la cabeza ante este virus implacable.
Prescindiendo del artificio y de una puesta en escena espectacular, el país anfitrión de esta olimpiada optó por ponerse a tono con los tiempos y montó un espectáculo sobrio y sencillo, sin dejar a un lado, por supuesto, un recatado despliegue de tecnología y técnica que dejé en claro porqué el país nipón es lo que es.
La última centuria ha sido una avalancha de cambios para el país del sol naciente, pasaron de ser un país rural y devastado por la Segunda Guerra Mundial, ha convertirse en una de las potencias económicas más relevantes del mundo, y un clúster tecnológico sin precedentes; cualquiera que haya ido a Tokio no puede sino sorprenderse del nivel de evolución y organización de su sociedad.
Los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 han significado un reto más para una nación que sabe enfrentarse a ellos. En este inicio oficial de la justa olímpica, los mensajes fueron muy claros, aunque la llegada de un miembro incómodo, como lo es el Covid, nos ha obligado a separarnos, el poder unificador del deporte, la importancia de estar juntos, aunque sea en la distancia, y ese rasgo tan distintivo de nuestra especia, la esperanza, mantendrán viva la llama de ese pebetero que dará luz a un estadio vacío y en penumbra, tal y como el mundo lo ha estado en este último año.
Javier García Bejos