Uno de los más grandes desafíos para el mercado laboral es la transformación vertiginosa de los empleos: con la aceleración de la tecnología, la emergencia de las inteligencias artificiales y la transición urgente hacia el mundo digital no sólo están apareciendo puestos de trabajo impensables hasta hace pocos años, sino que una gran parte de los empleos que conocemos hoy demandan nuevas habilidades, nuevas competencias y nuevos saberes. No sólo de trata de ubicarse en las olas de las oportunidades del futuro sino de ajustarse a nuevos conocimientos para, por lo menos, seguir vigente en los mismos puestos.
Si tomamos como referencia los estudios que realiza el Foro Económico Mundial sobre los empleos del futuro, así como otras tendencias vislumbradas por consultoras especializada y por gurús del futuro laboral, las oportunidades que aparecen como las grandes promesas están en el campo de la especialización en el uso de inteligencia artificial, en la ciencia de datos, en la inteligencia de negocios, la digitalización, las tecnologías aplicadas a la salud y, en general, el desarrollo de tecnologías que permitan atender las urgencias del medio ambiente, los problemas de energía y las estrategias de hacer del mundo un sitio más sustentable.
Cuando confrontamos las tendencias del futuro del trabajo con las habilidades, competencias y saberes que se demandan, en el contexto de los países latinoamericanos tenemos un gran problema: la educación no sólo es lenta sino que tiene serios problemas de rezago, deserción y poca calidad. Es decir, lo que los estudiantes -los que tienen el privilegio de serlo- aprenden está muy por detrás de las nuevas necesidades que demandan los trabajos futuristas. Y esto no sólo genera el consabido conflicto entre la formación profesional y la demanda del mercado, sino que es un riesgo latente de incremento de la desigualdad.
Si los empleos demandan nuevas habilidades, competencias y saberes, las oportunidades se concentrarán en aquellos trabajadores que tengan las condiciones para ajustarse a los requerimientos, actualizarse y especializarse. Y en América Latina, la marca de la desigualdad está presente en todas partes, incluyendo, por supuesto, el mercado de trabajo. Por ello, el riesgo es que muchos trabajadores no posean las habilidades y las competencias que demandan los nuevos puestos, ya que a duras penas sobreviven con empleos precarios, inseguros, informales y mal pagados.
El escenario parece novedoso pero en realidades harto conocido: las oportunidades del futuro aparecen como una gran posibilidad de mejoría para todos, pero desde el atraso y la desigualdad que caracterizan a las economías latinoamericanas el riesgo es que el futuro sea para unos pocos y el atraso muchos. Lo mismo que pasa con la distribución de la riqueza y de los ingresos. Tenemos un gran reto y sólo una variable por controlar. No podemos detener el futuro pero sí podemos mejorar la educación y adquirir conocimientos para enfrentarlo con mejores ideas y perspectivas.