Esta semana se dio a conocer el reporte anual que realiza la agencia Reuters sobre la salud de los medios en todos sentidos: crecimiento o decrecimiento, hábitos de consumo de la audiencia y la confianza que hay en ellos.
Los resultados no son muy sorprendentes: los medios tradicionales van perdiendo terreno a pasos agigantados hacia la popularidad y supremacía de los medios digitales. De la misma forma, el consumo de noticias va decayendo y la confianza en los medios va mermando.
No, no es solo un factor lo que nos ha llevado a este escenario, sino que varias causas han complementado la popularidad que hoy tienen las pantallas personales por encima de la televisión, la radio o los medios impresos.
La fascinación por lo individual es uno de ellos. Hoy, ya no se busca pertenecer a una grey o comunidad, sino forzar a ese grupo de personas a que nos vean y nos consuman como producto, personalidad o personaje. Influencers les dicen pero en realidad no influyen en las decisiones de nadie. Entretienen y nada más puesto que todos queremos ser escuchados, admirados y vistos.
El engaño sobre la información de las redes hace que nos revolquemos en el pensamiento único y la polarización. Creemos que conocemos todo y sabemos lo suficiente para entrar en debates a profundidad de cualquier tópico, desde la guerra milenaria entre Israel e Irán hasta el desprecio de Belinda a la familia que controla El Palacio de Hierro.
No nos preocupa demostrar nuestra ignorancia o lo obtuso de la postura que defendemos porque todo es fatuo y perecedero, nada se queda pegado. La funa –dirían los de la generación Zeta– es temporal.
Lo único que perdura es la idea que los medios mienten. Por eso, por mentirosos, no dan espacios a más voces distintas a las que hoy están en ellos… voces como la de esos influencers. Las agendas mediáticas siempre deben tener un asunto escondido, un interés económico que no sobrepase el interés público.
Tienen razón: los medios tienen principios editoriales y resortes corporativos para subsistencia, todos diversos entre sí.
The New York Times no comparte la visión corporativa del Washington Post, ABC no comulga con lo que hace NBC y Reforma menos con El Universal.
Pero saben que si no dicen la verdad, su verdad, perderán lo que hoy tienen.
Algunos han logrado superar el reto transformando el interés tradicional hacia lo digital. El mismo día, Nielsen reportaba el aumento de consumo de plataformas de streaming por encima de la televisión abierta en los Estados Unidos.
Pero si leíamos fino, encontrábamos la verdad: no era Netflix el principal vehículo de streaming sino Youtube, primordialmente por el clippeo de programas emitidos por la televisión y la manera en que millones de norteamericanos usan el servicio de Youtube TV para ver los contenidos tradicionales.
Por último, el ataque político. En todo el mundo, los gobernantes han visto que es redituable atacar a los medios tradicionales y contratar a sus propias plumas y medios digitales. No sólo para que los defiendan, sino para cuestionar a periodistas críticos al poder.
El espejismo de la verdad desde ese beso envenenado es peligroso y triste para los consumidores, que deben de surcar entre fake news, narrativas editoriales transformadas e intereses diversos lejanos del servicio público.
Tiempos violentos para la verdad y el periodismo. Tiempos que merecen creatividad y entereza. Tiempos que requieren de la templanza de la audiencia.
Tiempos para vivir con intensidad.